EL CIRCO SIN EL PAN

Una importante tradición histórica, o acaso es posible que sea tan solo una leyenda de las muchas que se han inventado para denigrarlo, señala que el Imperio Romano utilizaba la política del pan y circo como herramienta de control de las masas populares. Sin necesidad de profundizar mucho más en algo que es obvio por sí mismo, este procedimiento implicaba que la mejor manera de gobernar a un pueblo era el mantenerlo bien alimentado y mejor entretenido, especialmente para prevenir o contrarrestar la posibilidad de que las gentes cuestionaran el derecho y, aún mejor, la conveniencia de que aquellos que detentaban el poder estuvieran en sus privilegiadas posiciones.

A partir de allí, la máxima ha sido retomada, parafraseada y reutilizada de múltiples formas, para referirse a gobiernos y gobernantes que ejercen la autoridad de manera omnímoda, con una preocupación escasa o nula respecto al sentir de sus gobernados. Esto ha sido especialmente evidente en América Latina, donde además, la poco halagüeña realidad histórica nos ha mostrado que, las más de las veces, mucho ha habido de circo y el pan ha sido más bien exiguo.

Pero ahora, el tinglado que ha montado el presidente venezolano desborda de lejos cualquier percepción que sobre el romano principio pudiera haber existido. Para nadie es un secreto que la situación del vecino país se deteriora a pasos agigantados, que el pueblo se halla sometido a un proceso administrativo ineficiente e inoperante, por decir lo menos, que las necesidades básicas están cada vez más insatisfechas y que el desabastecimiento de los insumos más elementales para el sostenimiento de un nivel de vida medianamente digno, tal como lo entendemos en Occidente, adquiere ya ribetes dramáticos y está llevando a la población venezolana a la desesperación y la miseria. Esto es, claro está, para todos los que no han tenido más remedio que quedarse, puesto que incontables miembros de las clases alta, media alta y, aún, media, se han dado mañas para abandonar el país, con el único propósito de brindar a sus hijos una forma de vida decente, alejada de las angustias y los avatares que, hoy por hoy, forman parte de la cotidianidad en la patria del Libertador.

Hugo Chávez se valió de su carisma personal para instaurar un sistema gubernamental de corte esencialmente caudillista. Las masas populares, obnubiladas por su personalidad imponente y avasalladora, fueron incapaces de percatarse de los inmensos riesgos que su sistema grandilocuente y populachero conllevaba, al desconocer la inevitable necesidad de mantener una economía equilibrada y estimular la inversión extranjera, elementos fundamentales de los que dependen estas naciones nuestras,  para establecer una forma de vida sostenible. Pero había ingentes necesidades de grandes conglomerados sociales que necesitaban atención impostergable, por una parte,  y disponía de los aparentemente inagotables recursos petroleros, por la otra. Así nació la República Bolivariana con su discurso anti-imperialista y su convocatoria popular a los demás países de la región. Y cabe decir que las cosas funcionaron por algún tiempo. Pero ahora es claro que el método reivindicatorio y, aún, revanchista, entronizado desde el comienzo, adolecía de fallas inmensas en su proceso de aplicación; y antes de que la crisis se hiciera evidente, el Coronel falleció. Asumió entonces Nicolás Maduro, designado por el Comandante como su heredero político y señalado como el más idóneo continuador del proceso de la Revolución Bolivariana.

No obstante, varios factores han jugado en contra del éxito de su gestión. En el plano individual, el nuevo caudillo venezolano carece de la arrolladora personalidad del Comandante y adolece, en cambio, de una irremediable estrechez de miras y de mente. En lo económico, el derrumbe de los precios del petróleo ha redundado en una creciente pauperización del país, el cual desde mucho tiempo atrás había generado una peligrosa dependencia de esta riqueza. En el ámbito socio-político, además, las falencias inherentes al proceso revolucionario se han ido poniendo cada vez más en evidencia y, por lo consiguiente, lejos de resolverse, el problema social ha ido escalando, acrecentado por la escasez de los artículos de primera necesidad y por la represión autoritaria que ha aplicado el gobierno como única respuesta a la enorme crisis por la que atraviesa.

Hoy por hoy, es indiscutible que Nicolás Maduro jamás estuvo a la altura de las circunstancias y de la inmensa responsabilidad que se arrojó sobre sus hombros. Su miopía y su torpeza han ido conduciendo al país hacia la desinstitucionalización total, sin que se hayan observado medidas apropiadas y necesarias para detener la barahúnda trágica en que hoy se debate el pueblo venezolano. Y es así como, sin pan que ofrecerles a las gentes desesperanzadas y casi famélicas, ha determinado montar un patético circo patriotero, con la esperanza de distraer la atención y aglutinar los ánimos del pueblo hacia un objetivo externo, para ver si el espejismo le ayuda a ganar algo de tiempo, en tanto da palos de ciego en busca de una solución interna que de ninguna manera se vislumbra en el horizonte.

Es histórico y casi que tradicional el “enfrentamiento” (si así podemos llamarlo), entre Colombia y Venezuela por diversos motivos, uno de los cuales ha sido desde siempre la cuestión limítrofe. A este respecto ya había hecho el señor Maduro una fallida intentona con su decreto respecto a ciertos territorios de la Guajira. Ahora ha añadido el pretexto de un proyecto de desestabilización de su gobierno por parte de “oscuras fuerzas” que estarían utilizando serviles grupos paramilitares colombianos, argucia que condimenta con el mendaz propósito de detener el contrabando. Y de paso, el señor Maduro ha dispuesto señalar a un sinnúmero de nacionales colombianos, establecidos en Venezuela legal o ilegalmente, como delincuentes y prostitutas, con el oscuro objetivo de exacerbar los ánimos. Tiende así una cortina de humo sobre los muy tangibles y acuciantes problemas por los que atraviesa su incompetente gobierno. El caldo de cultivo ha sido, por supuesto, esa perenne animosidad entre colombianos y venezolanos. El circo ha dado comienzo a su función y Don Nicolás se escuda en un parloteo demagógico e incoherente, mientras sus áulicos azuzan al pueblo para que aplauda la medida de la criminal e indiscriminada agresión de la que han sido objeto miles de colombianos atrapados en el maremágnum de los bandazos con los que este gobernante, inepto y calamitoso,  pretende encubrir sus múltiples desaciertos.

De acuerdo con el argumento del señor Chaderton, el desabastecimiento tiene como causa que los colombianos pasan a Venezuela a adquirir los artículos de primera necesidad que allí, al parecer, abundan, (?!) y son muy baratos y se los traen para Colombia, donde los venden más caros. (Para nadie es un secreto que el único real artículo sobre el que cabe hacer semejante aseveración es la gasolina). ¿Será que el honorable embajador venezolano ante la OEA lleva mucho tiempo sin visitar su país y por eso no se ha percatado de que la ausencia de productos que satisfagan las necesidades básicas es dramática, no solo en la frontera sino a todo lo largo y ancho del territorio? ¿No será, más bien, que muchos venezolanos pasan a Colombia a buscar los insumos que no pueden conseguir en su tierra y que esto ha venido a constituir una evidencia vergonzosa de lo que la Revolución Bolivariana les ha hecho a sus ciudadanos?

De esa manera, los colombianos hemos debido asistir, impotentes y aterrados, a la inmensa tragedia que toda esta pantomima ha generado, la cual sería motivo de hilaridad, si no fuera por lo grotesco e inhumano de sus trágicas consecuencias para tantos de nuestros connacionales. A pesar de las diferencias existentes entre ambos pueblos, hasta el día de hoy había sido posible una sosegada convivencia, especialmente valiosa para los residentes de las zonas fronterizas, que por lustros se beneficiaron del comercio y el intercambio que fueron siempre la esencia de una coexistencia pacífica. Pero ahora, con esta burda acometida, emprendida con toda seguridad sin medir las consecuencias a mediano y largo plazo, (como casi todo lo que ha hecho este gobierno), intensos y profundos sentimientos de desarraigo y rencor se han implantado para siempre en el corazón de la gente. Acrisoladas al fuego y al dolor quedarán en nuestra retina las imágenes de seres desharrapados, sacados de sus casas como si fuesen alimañas, apartados muchos de sus hijos y familiares, en un proceso de humillación que denigra y envilece, no solo a sus autores materiales sino de una manera directa a los perpetradores intelectuales, a quienes no parece preocupar en lo más mínimo la vergüenza de haberse equiparado con infaustos genocidas de ingrata recordación.

Como en todos los casos en que hemos de enfrentarnos a un desplazamiento masivo, (a pesar de los incontables desplazados que ha producido el conflicto colombiano), nuestro país no estaba preparado para lo que ocurrió. (Nunca lo hemos estado, para nada, por lo demás). La crisis humanitaria que apenas comienza a desenvolverse promete alcanzar niveles de catástrofe. Las autoridades colombianas, con el presidente a la cabeza, han intentado ponerse al frene de la situación, pero los escasos recursos de que se dispone para conjurar la situación, simplemente no dan abasto. Se puede percibir la proximidad de una grave emergencia sanitaria en las áreas fronterizas, sin contar con la amenaza del hambre y la desesperación, que pueden llegar a cobrar decenas de vidas. Enormes esfuerzos mancomunados de todos los estamentos nacionales van a ser necesarios para evitar que todas estas personas tengan que sufrir calamidades adicionales a la que ya les han caído encima. Este será el momento en que el gobierno tendrá que demostrar una capacidad de liderazgo y emprendimiento que es urgente, dada la magnitud de lo acontecido y de lo que puede llegar a acontecer.

Es un hecho incontrovertible que ninguna nación tiene por qué someterse a tolerar la presencia en su territorio de inmigrantes ilegales que, por lo general, representan un riesgo para la seguridad y la estabilidad del Estado. El mejor ejemplo de la forma en que se lidia con tal situación es Estados Unidos. Sin embargo este es tan solo un referente, pero de ninguna manera un modelo a emular. La nación norteamericana es rica, estable y pudiente y los ilegales allí constituyen una figura única e irrepetible, en virtud de una serie de variables que solo se aplican al país del  norte. Es claro que un país menos próspero se verá abocado a circunstancias mucho más apremiantes como resultado de la llegada de gentes de otras nacionalidades que ingresan de manera ilegal. No puede negarse que hay que hacer algo al respecto para tratar el problema de manera eficaz. Hasta aquí, todos tan contentos.

Pero el manejo que el gobierno de Maduro les ha dado a los colombianos que residen en Venezuela dista mucho de constituir una medida gubernamental congruente. Exabruptos como los que han tenido lugar en el vecino país: la demolición de las casas, el trato inhumano, abusivo y brutal que han debido sufrir quienes han caído bajo la mira de la guardia venezolana, el desconocimiento de los más elementales derechos del individuo, la negligencia consciente o inconsciente al verificar el estatus real de muchos de los habitantes, algunos de los cuales se hallaban allí dentro de los términos legales de residencia, pero que fueron igualmente agredidos y vapuleados de forma indiscriminada, dan cuenta de la sevicia malsana con la que se ha procedido, bajo el cobijo de la muy cuestionable excusa de salvaguardar del territorio nacional. No se ha tenido noticia de que la persecución se haya hecho extensiva a ciudadanos de otros países fronterizos, si bien no se puede desconocer el hecho simple de que en estas otras regiones limítrofes también puede haber inmigrantes ilegales. ¡No! El objetivo ha sido en todo momento los nacionales colombianos. Contra ellos y solo contra ellos se han lanzado los tentáculos de esta absurda medida, enmascarada en la idea de los paramilitares invasores. Pero aún si este fuera el caso, un acto inamistoso, desafiante y provocador como el que ha tenido lugar, tendría que ser suficiente para considerar que este gobernante no se detendrá ante nada con tal de lograr las miras que se ha propuesto; lo cual lo  convierte en un factor que afecta nuestra seguridad de diversas maneras, especialmente habida cuenta del papel que la nación venezolana viene desempeñando en el proceso de paz que se adelanta en La Habana.

Así las cosas, el gran interrogante gira alrededor de la forma en que Colombia va a encarar esta agresión. Sin lugar a dudas, lo que se vislumbra en el horizonte por ahora es la urgente necesidad de enfrentar la insania con una sensata cordura. Pero también es fundamental levantar nuestra voz de protesta ante la comunidad internacional. Lo que ha sucedido es una prueba más del singular estilo con que el que se está conduciendo el vecino país. Los pueblos del orbe, que han presenciado el rumbo infausto por el que Venezuela corre hacia la debacle total, tienen hoy un motivo adicional de preocupación. Y los grupos opositores venezolanos, las muchas personas que todavía conservan un ápice de sensatez, deberán buscar la manera de detener la caída antes del descalabro final.

Aparte del revés que pudo significar, la forma en que se dio la votación en la OEA resulta, aunque parezca paradójico, una ventaja para nuestro país. Dando por descontada la ya conocida inoperancia del mencionado organismo, que habría dado lugar a debates interminables sin rumbo ni conclusión alguna, ello nos ha mostrado con suficiencia quiénes son nuestros verdaderos amigos y quiénes, que dicen serlo, deben inspirarnos toda clase de reservas. De igual manera, con una perspectiva como la que se pudo dilucidar allí, puede llegar a ser obvio que la discusión que pudiera tener lugar en UNASUR tiene escasas posibilidades de inclinarse a nuestro favor. Entonces, el único recurso que nos queda es apelar a instancias internacionales de mayor envergadura. La Corte Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Penal Internacional habrán de ser los depositarios de nuestra denuncia. En tales estrados deberá ventilarse el atropello que han sufrido nuestros compatriotas y cabe esperar que sea esta la gota que derrame la copa para que los pueblos del mundo se pronuncien de una vez por todas frente al acervo de la barbarie y la violación de los más elementales derechos a que puede aspirar un individuo en un Occidente que se dice democrático (?). Es, acaso, la única esperanza que nos queda en esta malhadada tragedia.

4 comentarios en “EL CIRCO SIN EL PAN

  1. La actitud de gamín pendenciero o de chofer furioso que se baja de su vehículo con cruzeta en mano después de haber cerrado a algún conductor particular indefenso que tiene el presidente Maduro (algo o mucho le queda de sus tiempos de trabajo en la movilidad pública) es tan peligrosa para todos los involucrados, que nuestros dirigentes no saben como reaccionar a ciencia cierta, y cualquier sugerencia que se pueda dar al respecto ha de tener presente la volatilidad de nuestros vecinos (militares y civiles) y la precaria situación económica y social de esa zona de frontera (y del resto de nuestro hermoso y sufrido país). Excelente entrada de Manuel en este episodio de su blog.

  2. Excelente artículo. Yo recuerdo desde mi infancia a Venezuela cuando era el país desarrollado, el país de las carreteras, de los puentes, de los autos ultimo modelo, de los innumerables productos que traían a Colombia, como los dulces Kraft, etc, etc. Y ahora ver el derrumbe a manos de sus dirigentes que desde la época de Caldera, Perez, Lusinchi y demás desfalcaron el país, hasta llegar ahora a esta debacle dirigida por este ignorante personaje que ni si quiera sabe hablar. Lo sorprendente es ver como los venezolanos se dejan llevar como una manada de borregos que ahora sin pan, solo tienen circo.

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