“ENJAULADOS, SIN ÁRBITRO Y VALE TODO”

(Eslogan de propaganda con que algunos
promotores anunciaban espectáculos de lucha libre)

El título de las presentes consideraciones parece extraído de una sórdida historia en un todavía más sórdido contexto. Sin que sea necesario un análisis demasiado profundo, podemos colegir que se refiere a un enfrentamiento bárbaro, del que solo uno de los contendores saldrá caminando por sus propios medios. Sangre, violencia y mutua agresión sin límites habrán de circunscribir los acontecimientos, frente a los muy probables alaridos de un público exacerbado, primero por la propaganda y más tarde por la palpable brutalidad del evento, que alimentará los atávicos instintos animales que anidan en lo más profundo de cada ser, pese al desarrollo técnico científico y a los alardes de civilismo de que hacen gala los humanos en su diario vivir.

Conviene ahora dirigir nuestra atención hacia algunas otras realidades del mundo en que vivimos. Recientemente los medios de comunicación hicieron un despliegue de nivel intermedio, referido a la preocupación que ha producido en la sociedad el descubrir que el fraude académico está a la orden del día, desde la escuela elemental hasta los elevados pináculos del posgrado universitario. Estudiantes de todos los niveles acuden sin arredro a la trampa, la copia y el plagio, cada vez con mayor desparpajo, sin que medien cortapisas de tipo ético-moral, jurídico ni social y con una incomprensible actitud de irreflexión y desatención ante los efectos que tal proceder pueda llegar a tener en su proceso de acceso al conocimiento y en su desempeño profesional. Al parecer, lo único que realmente cuenta es la imagen, la pantalla exterior, la forma, aunque el contenido sea defectuoso. La “apariencia de ser” ha adquirido mayor importancia que el “ser”. ¿Cómo hemos llegado a esto?

Nuestra realidad nacional nos muestra cada día las trapisondas cometidas por egregios pro-hombres en quienes habíamos depositado nuestra confianza, convencidos de que eran las figuras indicadas para conducirnos hacia la prosperidad y la concordia. Pero con gran desazón hemos ido descubriendo que, por el contrario, tan solo protegieron sus mezquinos intereses individuales y que no vacilaron en acudir a toda clase de subterfugios, tretas y hasta crímenes, con tal alcanzar sus oscuras metas. Y, una vez puestos en evidencia, asumen una imagen de aparente inocencia, mientras que subrepticiamente manipulan a su antojo estamentos, leyes y personas, con el propósito y, muchas veces, la seguridad de salir indemnes. Con frecuencia, quienes tienen a su cargo la grave responsabilidad de juzgar estos hechos e imponer las correspondientes sanciones, han llegado a sus posiciones como resultado del intercambio de dádivas con aquellos a quienes deberían vigilar y como consecuencia de ello, de manera repetitiva se emiten fallos absolutorios que desconocen la evidencia que, cuando es demasiado abrumadora, simplemente desaparece; los testigos cambian sus versiones o no se vuelve a saber de ellos y los delincuentes salen orondos, con actitud de ofendidos, a disfrutar del producto de sus entuertos, ante la mirada de asombro de una sociedad que no puede pasar a creer lo que contemplan sus ojos. ¿Qué circunstancias de nuestro desarrollo socio-cultural nos trajeron a este estado de cosas?

Gran preocupación nos genera el darnos cuenta de que el comportamiento inescrupuloso parece haberse entronizado en el seno de nuestra cotidianidad. A diario somos testigos de esa que hemos dado en llamar “cultura del atajo” es decir, la forma de proceder del avivato: un individuo que logra “colarse” en lugar de hacer la fila, que, saltándose todas las normas, adelanta en su vehículo a quienes respetuosa y civilizadamente aguardan el cambio del semáforo o el desatasco de la vía, negligente e irresponsable ante los riesgos que entraña su acción, o que, por ostentar una posición de cierta, relativa importancia en el ámbito socio-político-económico, decide que se halla por encima de la ley, porque: “…usted no sabe quién soy yo…”. Este sujeto ha llegado a verse a sí mismo y aún ha pasado a ser considerado por algunos otros como alguien avispado que sabe sacar provecho de las oportunidades. ¿Que casi siempre pasa por encima de otros o pisotea los derechos de los demás? Pues ni modos. Al fin de cuentas, “el mundo es de los vivos” y “el vivo vive del bobo”. Tal es el modo de pensar y el respaldo argumentativo que esta clase de gente ostenta para justificar sus desmanes. Como solía decir Héctor Suárez en su otrora famoso programa televisivo: “Pero, ¿qué nos pasa?”

Las situaciones descritas conforman apenas magros ejemplos de ese estilo de vida al que no hemos tenido más remedio que acostumbrarnos. Los medios de comunicación se encuentran abarrotados con información sobre el más reciente peculado; la transgresión de las leyes por parte, no solo de individuos del común sino también de aquellos que deberían fungir como salvaguardas de la legalidad; la violencia descarnada, la intimidación y el abuso de autoridad a los que se acude cuandoquiera que se busca obtener beneficios materiales que pertenecen a otros o que, por lo general, van en detrimento de los bienes de la sociedad. Revestidas con un manto de aparente legalidad y/o esgrimiendo diversos tipos de armamento, aves rapaces de todo tenor deambulan por todos los rincones a la caza de cualquiera que tenga la desgracia de ponerse a su alcance y muestre poseer algo que ellas pudieran desear. Al igual que en el ejemplo de la lucha libre, nos encontramos todos al interior de esta inmensa jaula en la que cualquier procedimiento es valedero y donde no hay nadie que sea lo suficientemente imparcial para mediar en el caos.

Las barreras que alguna vez impusiera la religión han ido derrumbándose, a medida que el hombre se ha dado cuenta de que, muchas veces, aquella no era más que otro engañoso instrumento utilizado para manipular, controlar e inducir su comportamiento, en beneficio de tantos otros avivatos que se confabularon para sacar  provecho de  sus piadosos sentimientos. Todavía hoy somos testigos de la forma grotesca en que muchos nuevos mercaderes espirituales extienden sus tentáculos sobre un conglomerado de seres crédulos, agobiados por ingentes necesidades, que con enormes esfuerzos contribuyen a incrementar con sus donaciones, las abultadas cuentas bancarias de pastores y gurús, quienes gracias a ello llevan una vida cómoda y opulenta, mientras confunden con sus diatribas las mentes de sus seguidores.

No sin razón muchos llegan a sentirse atrapados en este mundo en que nos movemos. No parece haber medidas que pudieran inducir un cambio favorable en la manera en que asumimos el diario vivir. Un individualismo a ultranza parece ser la única guía que muestra el camino a seguir, en pos de los objetivos que señalan la ambición, la codicia y el ansia de poder. Así, como encerrados, sin nada ni nadie que pueda actuar como una unidad de control de lo que acontece y dispuestos a lograr el fin propuesto sin que importen los medios a que deba recurrirse, vemos cómo nuestra existencia se diluye en un diario enfrentamiento “a brazo partido” con nuestros congéneres, ignorantes de la suerte final que nos haya de deparar el destino.

La humana naturaleza es algo bien complejo. Nuestra capacidad de raciocinio, conjuntamente con el libre albedrío que nos da la posibilidad de elegir entre el Bien y el Mal, constituyen el fundamento de lo que somos y hemos sido desde los albores de nuestra especie. Dicen los expertos que somos una raza eminentemente social y, definitivamente, muchos de los grandes logros alcanzados hasta ahora han sido el resultado del esfuerzo combinado de muchos. Pero los objetivos de existencia se hallan lejos de ser de carácter social, en el sentido en el que podemos apreciarlo en comunidades como las abejas o las hormigas, en las cuales la importancia del individuo es poco menos que nula. Por el contrario, los hombres siempre aspiramos a alcanzar un bienestar individual como contraprestación a nuestros aportes en beneficio de la sociedad. Tal es la esencia de nuestra naturaleza.

Precisamente por eso ha sido necesario establecer normas de conducta y principios de convivencia que regulen nuestro individualismo. Desde Hammurabi hasta las constituciones que reglamentan los estados, a lo largo de la historia ha sido evidente la necesidad de establecer códigos para el desenvolvimiento de las sociedades. Estos han garantizado que la vida de sus miembros se desarrolle dentro de unos términos que hagan posible el que cada uno tenga el derecho buscar la felicidad a su manera, sin desconocer los derechos de los demás ni faltar a sus deberes sociales.

No obstante, es claro que siempre ha habido y siempre habrá quienes intentan eludir las normas y aprovecharse de los que las respetan. Es ahí donde la estructura social ha de mostrar la necesaria solidez para impedir abusos y mantener vigentes los procedimientos que benefician a todos. No cabe duda de que la educación constituye una herramienta fundamental, para inculcar en las mentes de los niños, desde la más temprana edad, la convicción por la observancia de las normas. Pero lo que se les enseña no debe ir en contravía de lo que ven a diario. En los hogares tendría que primar una honestidad a toda prueba y del mundo inmediato que se les presenta tendría que estar ausente ese sinnúmero de embrollos de los que hemos sido testigos por ya demasiado tiempo. Además, habría que poner fin a la rampante impunidad que hoy nos aqueja y que es el principal enemigo de una forma de vida dentro de la legalidad. Infortunadamente las posibilidades de que algo así ocurra son muy, pero muy escasas, por lo que seguimos dando vueltas en un círculo vicioso que parece no tener término.

Se requeriría un  inmenso esfuerzo de todos los estamentos de la sociedad para inducir un cambio verdaderamente significativo. Y lo primero que habría que modificar sería la mentalidad de la gente. Tenemos que dejar de creer que “el mundo es de los vivos”, para pasar a estar convencidos de que el mundo es de todos. Nuestra capacidad de raciocinio nos otorga la posibilidad de ir por ese cambio. Falta ver si de verdad contamos con la determinación y la fuerza de voluntad necesarias para hacer de este un mundo más prístino, honesto y veraz.

El gran interrogante es si ello está realmente en nuestra naturaleza. Una historia de ficción difundida hace muchos años nos daba una más bien desalentadora respuesta: en su viaje por la galaxia, unos seres extraterrestres visitaron la Tierra y se sorprendieron de lo frecuentes que eran la mentira y el engaño entre sus habitantes. Para ayudar, esparcieron en el aire una sustancia que induciría a todos a decir siempre la verdad. Varios siglos después, cuando venían de regreso, decidieron ver cómo se había desenvuelto la vida en el planeta, luego de su intervención. Con asombro descubrieron que la vida humana se había extinguido.

1 comentario en ““ENJAULADOS, SIN ÁRBITRO Y VALE TODO”

  1. Excelente Manuel, muy buen articulo. Esa es la sociedad en que estamos sumindos en Colombia y lo peor, es que los líderes que manejan el país no dan buen ejemplo y el que quiere dar buen ejemplo, no lo dejan ser líder. El Ejemplo de la lucha libre es perfecto.

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