El título de las presentes consideraciones corresponde a la más reciente novela de J. K. Rawling en la que, nuevamente, nos sumerge en el mundo de la investigación detectivesca, de la mano de Cormoran Strike y Robin Ellacott. Acaso la mejor traducción del mismo podría ser algo así como La Tumba Esquiva, o La Tumba Fugaz, dadas las circunstancias tan particulares que se desenvuelven en la trama.
Nuevamente Rowling, escribiendo con su seudónimo, nos presenta una excelente narración que, a pesar de constituir una obra de ficción, resalta de manera sobrecogedora una realidad actual a la que, acaso por haberse tornado habitualmente cotidiana, no prestamos la debida atención. Tal es el mundo tenebroso y sórdido de las sectas religiosas.
Conviene, no obstante, antes de entrar en materia, puntualizar algunos aspectos de la naturaleza humana que se hallan estrechamente relacionados con la temática desarrollada en el relato.
Desde tiempos inmemoriales nuestra especie ha afincado su sentir en la búsqueda de alguna forma de entidad sobrenatural, regidora de todas las cosas, cuya supuesta omnipresencia venga a constituir cierta forma de protección y cobijo frente al profundo sentimiento de desamparo que experimentamos los mortales ante una existencia cuyos sentido y propósito no acabamos de desentrañar y en la que las vicisitudes están a la orden del día; además del hecho de vernos forzados a vivir en un mundo anárquico que forma parte, (ahora lo sabemos), de un universo convulso, caracterizado por la confusa interacción de fuerzas más allá de nuestra comprensión, que son causa del caos azaroso y permanente en que se debate el cosmos, cuyas consecuencias percibimos o intuimos, y que nos agobian dramáticamente.
Valga decir que tal necesidad de refugio ha derivado en diversas formas de religiosidad que han llegado a significar apoyo y equilibrio emocional para muchos, habida cuenta del sinnúmero de sinsabores que afrontamos a diario y de las variopintas promesas de una vida plena de felicidad, más allá de la muerte. Tal sentir se ha arraigado profundamente y, en honor a la tolerancia, hemos de decir que es perfectamente válido que todos los seres humanos hagan uso de su derecho a creer en aquello que les proporcione cierto grado de seguridad y que, por lo mismo, cualquier forma de fe es merecedora de respeto y consideración.
Sin embargo, a la sombra de esta mencionada necesidad y, en cierta medida, como consecuencia de la misma, ha surgido una multiplicidad de supuestos líderes espirituales, pastores, gurús y otros individuos que se han dedicado a montar movimientos religiosos, cultos y agrupaciones más o menos dogmáticas, de carácter más o menos sectario, que atraen a una ingente cantidad de adeptos valiéndose de dotes histriónicas y un discurso grandilocuente con el que obnubilan a sus escuchas. Son, por lo general, embaucadores carentes de escrúpulos y movidos por emociones más mundanas como la codicia y el ansia de poder, que se aprovechan de esa sentida necesidad de trascendencia para atrapar incautos, manipular sus sentimientos y engatusarlos con toda suerte de subterfugios teórico-prácticos, con los cuales embriagan sus mentes y ganan acceso a sus bienes, de los cuales los despojan para usufructuarlos en beneficio propio.
Como también se da el caso de frenéticos y delirantes agoreros que, impelidos por visiones mesiánicas producto de su inestabilidad mental o del abuso de drogas, conducen a estos cándidos e ingenuos fieles por sendas apocalípticas que los llevan a masivas inmolaciones, como la ocurrida en Jamestown, Guyana, cuando unos novecientos miembros del autodenominado Templo del Pueblo se suicidaron en 1978.
Así las cosas, la novelista retoma las más frecuentes actividades de estos grupos, como son el repetitivo y alienante proceso de adoctrinamiento, la apropiación del patrimonio y de las fortunas de sus miembros, una desaforada conducta de promiscuidad y esclavitud sexual ante, con, y para el líder, todo ello combinado con arduas labores manuales y una precaria alimentación, para garantizar la sumisión. La narración deriva de manera lenta y pausada por los diversos vericuetos asumidos por la secta como ruta hacia la perfección, aderezados con sagaces e imaginativos trucos visuales con los que refuerzan su dominio sobre las debilitadas mentes de sus seguidores.
Ellacott y Strike se involucran en la investigación y desarrollan todas sus habilidades detectivescas para cumplir con la misión primordial encargada por su cliente. De manera especial ella asume el compromiso con la determinación que la caracteriza y no le importa enfrentarse a circunstancias imprevistas que amenazan con tener un efecto funesto en su estabilidad física y emocional.
El proceso narrativo se desenvuelve de manera variable: en ocasiones los acontecimientos se desgranan en forma vertiginosa mientras que otras veces el texto parece entrar en una “calma chicha” en la que poco ocurre y pareciera que la investigación no va para ninguna parte. Pero todo resulta ser parte del propósito fundamental de envolver al lector en el exótico e insidioso contexto en el que tienen lugar los hechos, para resaltar y poner de presente la retorcida hipocresía y la doble moral que conforman la base de una comunidad que se presenta ante los ojos del mundo como buscadora del equilibrio y de la paz.
La novela involucra un ciertamente nutrido número de personajes, definidos y caracterizados según la relación próxima o lejana con la cofradía y con los efectos aciagos que su funesta influencia ha tenido sobre ellos. Resulta inquietante asistir a las sesiones de “instrucción” y ser testigos de la enajenación y el abuso al que son sometidos los miembros, mientras se los abruma con una verborrea vacua pero astuta y malévolamente elaborada, tendiente a derribar cualesquiera barreras ético-morales y subvertir su percepción de la realidad y de los demás individuos a su alrededor.
No nos decepciona Rawling en su caracterización de las figuras centrales de la narración. Los lastres emocionales que se pusieron de manifiesto en entregas anteriores vuelven a hacerse presentes en esta obra y aún podemos apreciar las dificultades que deben sobrellevar para mantener el a veces precario equilibrio de su relación profesional, mientras lidian a brazo partido con sus sentimientos en una batalla de larga data que parece intensificarse y que los lectores llegamos a percibir como una causa perdida.
Si bien la esencia de la narración gira alrededor de la secta y de la imperiosa necesidad de ponerla en evidencia, la novela nos sumerge en ese mundo, artificial y estrambótico, en el que se cuestiona todo aquello que hemos aprendido a estimar y respetar. Un contexto en el que el fin justifica los medios y los seres humanos se convierten en peones desechables en un juego de poder. Todo ello aderezado con las no menos intrincadas circunstancias en las que se desenvuelven las investigaciones paralelas que lleva la agencia y que tienen el propósito narrativo de terminar de conformar ese medio ambiente mezquino en el que se mueven muchos de los personajes con los que nos encontramos.
Aún percibimos en esta entrega varios de los conflictos que han ido quedando sin resolver, que dan lugar a que los seres que integran la trama resulten más humanos, un poco más reales y definitivamente más parecidos a tantos que caminan a nuestro lado y forman parte de nuestra cotidianidad. Esta es una circunstancia que hace encajar la novela en nuestra propia realidad y le aporta un valioso grado de verosimilitud al relato.
Como en otras ocasiones, la solución se da de manera un tanto inesperada. En la recta final de la trama surge nueva información que pone de presente varios detalles, algunos totalmente desconocidos y otros que lectores un poco más avisados pudieran acaso haber percibido, de resultas de varios sucesos que se van desglosando poco a poco. La agencia de detectives logra una vez más su cometido con exitosa precisión. No obstante, de nuevo nos encontramos los lectores con inquietantes asuntos personales que Strike y Ellacott aún no logran resolver, los cuales nada tienen que ver con el resultado de la investigación. Pero los seguidores de la saga quedamos a la expectativa de la próxima entrega, para ver de qué manera los socios enfrentan sus demonios interiores, controlan sus emociones y mantienen el equilibrio que ha garantizado hasta ahora la estabilidad de la agencia. Es una suerte que ya esté listo a salir el próximo título.