Nadie dijo que el gobierno de Gustavo Petro iba a ser fácil. Como ha podido apreciarse, la caverna ultraderechista, recalcitrante y excluyente, ha recargado sus baterías y enfilado sus armas de descalificación, libelo y difamación para tratar de desestabilizar el desempeño de aquel a quien perciben no solamente como su enemigo sino como un advenedizo, “un igualado”, que se atrevió a disputarles lo que ellos consideran de su exclusivo derecho y propiedad: el usufructo del poder. Pero todo ello era lo que cabía esperar en uno de los países más desiguales del planeta, en el que las élites llevan dos siglos de hegemonía y explotación de los recursos para su propio beneficio, sin condolerse de la inmensa mayoría de la población.
Lo único que el Mandatario del Cambio no esperaba es que un enorme factor de perturbación se originara en su propio partido y en su propia familia. (Resulta tragicómico afirmarlo, pero sin darse cuenta, estaba casi que durmiendo con el enemigo: su propio hijo). Así, el escándalo de una actuación irresponsable e irreflexiva, si no franca y abiertamente punible dentro de lo penal, por parte de Nicolás Petro, amenaza hoy con constituirse en la piedra de toque del gobierno, que parece mostrar las falencias que ya desde la campaña, muchos se empeñaban en señalar.
Lamentablemente hemos de decir que esta es una historia que parece repetirse en nuestro país con características de deja-vu. Es decir, no es la primera vez que la indelicadeza de los vástagos causa efectos indeseables y, aún, funestos en el ejercicio de un presidente. Nos viene a la mente el incidente protagonizado por López Michelsen cuando su padre corría su segundo mandato. Al hacerse cargo de la representación de los accionistas de la holandesa Handel, se apoyó en el hecho de que su progenitor era el presidente de la república para obtener enormes ganancias. El escándalo fue mayúsculo y el pundonor de López Pumarejo lo llevó a renunciar, ante la magnitud del mismo. Y todas las progresistas reformas que había propuesto se vinieron abajo.
No podemos olvidar el caso de los hijos de Álvaro Uribe, quienes tomaron ventaja de información privilegiada, aprovechando que su padre era el presidente, y adquirieron terrenos que después se convirtieron en zona franca y les reportaron pingües beneficios que ellos describen como totalmente legales, pero que se hallan por fuera de los más elementales linderos de la ética. Claro que, en este caso, pudimos apreciar que ese decoro que llevó a la renuncia de López Pumarejo le es más bien ajeno al siniestro Presidente Eterno.
Los anteriores son apenas dos ejemplos de un comportamiento indecoroso por parte de las gentes cercanas a los altos funcionarios. La esposa de Duque viajó de Cartagena a Bogotá en el avión presidencial para recoger un traje de su guardarropa y regresar a la Heroica para asistir a un evento y el fiscal Barbosa llevó a miembros de su familia a San Andrés, con cargo al erario público con el pretexto de una investigación judicial. Como puede verse, este cáncer no es reciente; nos carcome desde las entrañas y desde hace mucho tiempo.
Al momento de escribir esta nota no se ha establecido judicialmente la culpabilidad de Nicolás Petro. Pero es que ese no es el problema. Un antiguo aforismo reza que la mujer del César no solo debe ser honrada, sino también parecerlo. Y, dadas las circunstancias en las que se ha venido desenvolviendo este asunto, por mucha honradez que predique, en este caso la mujer del César parece una meretriz.
Infortunadamente no podemos menos que verificar y reconocer los vericuetos tortuosos por los que se desenvuelve nuestro quehacer político, como resultado de esa naturaleza venal y deshonesta que llevamos a cuestas como un karma. En un nuevo episodio de este calvario interminable, el hijo del presidente se involucró con dineros mal habidos que, al parecer, ingresaron a la campaña de su padre. ¿Tenía él conocimiento de tal circunstancia? Con la actitud que ha asumido frente a los hechos, parecería que no. Sin embargo, no está por demás recordar la respuesta de Ernesto Samper durante el proceso 8000: “se hizo a mis espaldas”. O la de Juan Manuel Santos, a propósito de su vinculación con los dineros de Odebrecht: “me acabo de enterar”. ¿Cuál irá a ser la frase-respuesta de Petro que se haga famosa? ¿Es que podemos, los colombianos, dar crédito a nuestra clase política cada vez que se descubren sus trapisondas y su carencia absoluta de escrúpulos?
Los hechos que han pasado a ser del dominio público nos dejan más preguntas que respuestas y han motivado que los acérrimos enemigos del gobierno hayan indagado en la vida personal de Nicolás Petro. Aparte de las razones que puedan haber llevado a su despechada pareja a elevar su denuncia ante un medio tan fanático y parcializado como la revista Semana, otros aspectos de su vida personal han salido a la luz, tales como el valor de su apartamento, sus movimientos bancarios y su estilo de vida, poco acorde con los ingresos de un diputado de una asamblea departamental. Por supuesto que, con seguridad, él no es la única persona en el país que vive por encima de sus posibilidades. Los dineros oscuros llevan décadas permeando a nuestra sociedad y, si las autoridades alguna vez tuvieran la entereza de realizar una investigación seria, muchos se verían en graves dificultades a la hora de salir a explicar el origen de sus fortunas. Pero estamos hablando del hijo del presidente. Y no un presidente cualquiera, sino un mandatario que se halla directa o tangencialmente enfrentado con gentes que desde la misma fundación de la república se han arrogado el derecho de dirigir los destinos de la misma y encauzarla por senderos que beneficien sus intereses personales, para lograr lo cual no han vacilado en verter la sangre de otros colombianos, a quienes solo han mirado como los idiotas útiles que sirven a sus propósitos.
Así las cosas, el Gobierno del Cambio se encuentra en una encrucijada y no podemos vaticinar ni cómo ni en qué condición habrá de salir de ella. El presidente ha salido a dar la cara y ha respondido los cuestionamientos que le han hecho los medios de comunicación. La investigación apenas comienza y, aunque esta fue solicitada por el mismo Petro, perendengues adicionales han ido apareciendo, que señalan a su esposa y a su hermano y los sindican de actuaciones cuestionables y, aún, ilegales.
Desde el punto de vista de este colombiano de a pie, los hechos que se han ventilado hasta el momento son indicio de un comportamiento por lo menos sospechoso. Se ha establecido que Nicolás miente al negar que conocía a Santander Lopesierra, el hombre Marlboro, y está por determinarse si realmente recibió los dineros que, según se dice, debían ser para la campaña, pero que, según su ex, Day Vásquez, jamás fueron entregados. (Curiosamente, algo similar se afirma de los aportes a la campaña de Samper, los cuales se habrían quedado “enredados” en las manos de Fernando Botero). Será la fiscalía la que decida si hay delito que perseguir, pero aún en el caso en que, dentro de un tiempo, (¿un año?, ¿tres?, ¿cinco?, ¿más?), se llegue a la conclusión de que no hubo actuación ilegal, esa imagen impoluta de quien se vendió a sí mismo como el adalid del cambio, el luchador contra la corrupción, el político diferente, ha quedado seria e irremediablemente comprometida. Sus enemigos no dejarán de enrostrarle sus errores en la alcaldía de Bogotá, su pasado como guerrillero y esa actitud arrogante que se hace tan evidente, en virtud de la cual parece que no escucha a nadie, que no acepta contradictores y que está dispuesto a desandar el camino recorrido si no se hacen las cosas de acuerdo con su criterio. Su posición frente al debate por la reforma a la salud es un buen ejemplo de ello.
El capítulo final de esta truculenta historia todavía está por escribirse. Ignoramos cómo se desempeñarán las instancias investigativas y judiciales en este caso. Si bien el proceso contra Santiago Uribe Vélez, que lleva dos años sin definirse, a pesar de la evidencia abrumadora, y el que se le sigue a su hermano, el Presidente Eterno, que pareciera dilatarse eternamente en el tiempo, pudieran dar un indicio del andar paquidérmico de nuestra justicia, será interesante ver cuánto se demora la fiscalía en imputar cargos y llamar a juicio, tratándose del hijo del presidente más aborrecido por las clases dirigentes. Pero lo que no se nos oculta a los colombianos comunes y corrientes es el hecho incontrovertible de que nuestra clase política, independientemente del terreno ideológico al que se circunscriba, no puede sustraerse a la atracción magnética de la corrupción que bulle en las esferas del poder. La existencia de esta sufrida nación pareciera estar destinada a sucumbir a la deshonestidad de sus dirigentes y a las luchas intestinas de los diversos partidos que pretenden enmarcarse en esquinas opuestas y ofrecer diferencias y oportunidades, pero que no hacen otra cosa que confirmar la aseveración de José María Vergara: “Olivos y aceitunos, todos son uno”.