Luego de una extensa y agotadora campaña política, en la que los pormenores, recursos y tejemanejes no hubieran podido ser más rastreros ni mezquinos de lo que fueron, finalmente Gustavo Petro alcanzó la necesaria mayoría de votos para convertirse en el Presidente Electo de los colombianos.
El proceso no fue precisamente fácil y, como pudo verse, las diversas facciones acudieron a una gran diversidad de trucos, tretas, medias verdades y noticias falsas, con afirmaciones temerarias y señalamientos atrevidos, rayanos en la calumnia. El Establecimiento, liderado entre bambalinas por los poderosos grupos económicos, y en la escena por sus cabezas visibles, (entre ellas Iván Duque, el presidente-títere), como también algunas otras marionetas de ventrílocuo que se destacan en la vida política, se fue lanza en ristre contra la aspiración presidencial del autodenominado Pacto Histórico. Se propagó todo tipo de infundios y se le dio rienda suelta a la tarea de sembrar el miedo entre los votantes, con el propósito de obstaculizar hasta donde fuera posible el camino de la izquierda hacia la presidencia.
En su fuero interno, los miembros de la opulenta clase dirigente siempre han sabido que el riesgo de la venezolanización de Colombia no es otra cosa que una falacia; lo que les genera un alto grado de repudio ante la idea del ascenso al poder de uno que no sea de su camada, es simplemente la arrogancia que les ha caracterizado por lustros, la soberbia maniquea de perder el control de las instituciones y, con ello, el acceso a los pingües beneficios que semejante hegemonía les ha otorgado a través de enmarañadas argucias de corrupción o del simple y desvergonzado latrocinio. Por todo ello, acudieron a truculentos mecanismos electoreros en los que se destacó el intento de vender a la gente unas torpes e inconsecuentes figuras candidatizadas a las volandas, como Federico Gutiérrez y Rodolfo Hernández, mientras que se fraguaba toda suerte de soterradas bajezas, tendientes a frenar la voluntad del pueblo.
Como lo dijera Álvaro Salom Becerra en una de sus novelas, hace ya bastantes años, “Al pueblo nunca le toca”, sentencia que quedó patente en el bárbaro sacrificio de todos aquellos que intentaron promover un cambio en favor de los menos favorecidos. Fueron seres que, como Jorge Eliécer Gaitán, se atrevieron en el pasado a desafiar la preeminencia de esas élites que han manejado los destinos del país a su acomodo y para su beneficio desde hace tanto tiempo, y que jamás han vacilado en acudir al crimen para soslayar lo que consideran una amenaza a sus oscuros intereses.
Mas he aquí que hoy, luego de un tortuoso recorrido, podemos ser privilegiados testigos de la forma en que las maquinarias corruptas fallaron en su propósito de pervertir la democracia. Contra todo pronóstico, el candidato de la izquierda superó, bajo el pulso de su propia propuesta, las alianzas que el tibio centro-derecha, la derecha y la ultraderecha constituyeron para impedir que ocurriera eso que ellos mismos propiciaron cuando, hace cuatro años, optaron por burlarse de los colombianos al poner en el poder a un bufón como Duque. Las incontestables realidades del cuatrienio que termina se encargaron de demostrar que este era un individuo carente de las más elementales cualidades para hacerse cargo de la presidencia y su paso por el poder no deja otra cosa que caos, desbarajuste, una corrupción galopante y una descomunal tragedia en lo social. Aunque quizá nunca lleguen a reconocerlo públicamente, quienes fraguaron semejante sainete gubernamental saben con certeza que el mayor impulso que catapultó a Petro a la primera magistratura fue la supina incompetencia y la perturbación social, política y económica causadas por los enormes desaciertos de Iván Duque, en un cargo que nunca debió ser suyo y que siempre le quedó grande.
Hoy por hoy, las expectativas planteadas en torno a lo que será la presidencia de Gustavo Petro desbordan y se sobreponen a cualquier otro aspecto de la vida nacional. La derecha extremista y recalcitrante no ha menguado sus cáusticos ataques en los que destila veneno y lanza ominosos vaticinios tendientes, según su más puro estilo, a sembrar miedo y provocar incertidumbre, ya que solo en este contexto se siente a gusto y percibe que puede mantener el control.
Por su parte, militares en retiro han entablado unas curiosas conversaciones con militares activos; el objetivo de tales reuniones no ha sido establecido con claridad y ha dado lugar a toda suerte de suposiciones y comentarios, alimentados por el público conocimiento de los sentimientos que genera entre las Fuerzas Armadas el tener que someterse a que su comandante en jefe sea un exguerrillero. Adicionalmente, al interior de la soldadesca se ha desatado una abierta persecución en contra de cualesquiera miembros de la tropa o de la oficialidad que manifiesten o hayan expresado algún sentimiento de apoyo al Presidente Electo. Todo lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿Se le permitirá a Petro asumir el cargo que una mayoría democrática le otorgó, de acuerdo con las reglas de juego y los principios consagrados en la Constitución? O, por el contrario, ¿estaremos ad portas de una insurrección orquestada por una élite minoritaria pero todopoderosa, la cual apoyándose en su capacidad económica instigaría al ejército a desconocer la voluntad del pueblo y apropiarse por la fuerza de lo que no pudieron conseguir en las urnas?
No se nos oculta que nos encontramos ante un momento político-social del todo inédito en la historia del país. Aquella otra vez, cuando Gustavo Rojas Pinilla depuso a Roberto Urdaneta, quien fungía como presidente en ausencia del titular, que no era otro que Laureano Gómez, principal adalid de todas las atrocidades que entonces se cometieron, la crisis de violencia institucional por parte del Estado había adquirido ribetes dramáticos y era evidente que el mandatario había perdido el control de la situación. El candidato del pueblo había sido ultimado a balazos, las gentes sencillas y los campesinos que tenían una ideología política diferente o que reclamaban ciertas libertades habían sido víctimas del plomo y el machete, con los extremos de barbarie que alcanzó la actuación de los chulavitas, de los cuales León María Lozano, el tristemente célebre Cóndor es tan solo un pavoroso ejemplo. De esta manera, la ultraderecha se aferraba al poder.
La aparición de los militares para hacerse cargo del manejo de la nación tenía como objetivo el desescalamiento del conflicto para traer un poco de paz y tranquilidad al pueblo. Todos conocemos cómo evolucionó este experimento, que culminó cuando un país desencantado y agobiado por la tiranía se paralizó del todo, después de torpes maniobras del dictador, que vinieron a exacerbar la trágica miseria que, supuestamente, debía contener.
Bien mirada, la desaforada situación que hoy vivimos se asemeja mucho a la de aquel entonces. Las víctimas se cuentan por cientos, la violencia institucional, representada en la represión criminal de la protesta, en los falsos positivos y en el ininterrumpido exterminio de los líderes sociales, no nos da tregua, con la diferencia de que, en este caso, no es que el primer mandatario haya perdido el control, sino que nunca lo tuvo, puesto que su papel en esta tramoya de gobierno no fue otro que el de ser un desvergonzado títere de esta nueva ultraderecha.
No obstante, a diferencia de aquel entonces, el candidato popular resultó elegido y se dispone a asumir el cargo otorgado por los sufragios. He de decir que muchas veces nos asalta cierto recóndito temor y no podemos dejar de preguntarnos si, en esos oscuros y elevados círculos de poder, llegó eventualmente a plantearse, como en 1948, la opción de aplicar de nuevo una solución final al problemático candidato; aunque, como es obvio, la calamidad de lo que fue el Bogotazo debió constituir un factor suficientemente disuasorio, ante la perspectiva de que pudiera repetirse. Si bien nunca lo sabremos, la conjetura es aterradoramente válida, habida cuenta de la saña vesánica con que los asesinos aniquilaron a la Unión Patriótica y dieron cuenta de Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro Leongómez, inmolados de manera infame y cobarde, cuyo único crimen fue desear y buscar unas condiciones sociales más justas para Colombia.
Ahora, lo único que nos queda es un renacido sentimiento de esperanza, por que el cambio y la transformación sean efectivamente posibles. Que el nuevo mandatario logre morigerar sus impulsos y su arrogancia y que, con mano firme en el timón, consiga sacarnos del despeñadero por el que vamos, casi en caída libre, y reencauzar el rumbo de la nación para minimizar los enormes sinsabores que hoy nos aquejan.
Pero no la tiene fácil, el señor Petro. Las expectativas generadas por su elección son tan enormes que es casi inevitable que termine decepcionando a muchos. La derecha recalcitrante está y estará permanentemente al acecho, con la intención de desestabilizar su gestión y frenar cualquier intento de cambio que afecte su posición privilegiada y, primordialmente, sus bolsillos. A estas gentes no les importa el país. Están firmemente convencidos de que a Colombia solo le puede ir bien si les va bien a ellos, independientemente de que tal signifique el hambre, la desgracia y la desolación para un sinnúmero de connacionales.
Así, pues, solo nos queda la esperanza. Asistiremos a los postreros pataleos de esta pandilla corrupta que pretendió gobernarnos y que nos deja calamidades sin cuento, y que, en un patético estertor final, intenta componendas y maniobras de todo tenor, con el único propósito de obstaculizar la gestión entrante y generar una desestabilización ya desde el comienzo, para mostrarle a la gente que solo ellos pueden hacerse cargo de los destinos de la nación. Cabe suponer que ya están armando el tinglado para retomar el poder dentro de cuatro años. ¡No pierden el tiempo!
Por lo tanto será deber inexcusable de todos los colombianos apoyar al nuevo gobierno. Con todos sus defectos y con la incertidumbre que genera la forma en que vaya a asumir los inmensos retos que se le presentan, Gustavo Petro es, por primera vez en la historia del país, una verdadera opción de cambio. Si logra desenvolverse en medio de ese nido de víboras que tendrá a su alrededor, quizá consiga llevar a cabo algunas de las transformaciones que se ha propuesto. Hemos de entender que no es un taumaturgo ni tampoco el mesías prometido. Es tan solo un individuo que tiene el firme propósito y las mejores intenciones de iniciar una nueva era en este suelo. Para bien de todos, esperemos que lo consiga.