APRENDIZ DE BRUJO

El título de las presentes consideraciones no hace referencia directa al magistral poema sinfónico de Dukas. La fuente de sustento es, más bien, la balada El Aprendiz de Hechicero, de Goethe, a partir de cuyo contenido se ha intentado hacer un parangón con las incomprensibles y absurdas circunstancias de improvisación y desgobierno en que se desenvuelve hoy nuestro país. Y, para estimular un poco la imaginación, bien podemos remitirnos a la adaptación realizada por Walt Disney en su película Fantasía, en la cual podemos basarnos para pintar el cuadro completo de lo que hoy transcurre frente a nuestros ojos.

Encontramos, en primer lugar, un siniestro personaje con enormes recursos, artista de la hechicería y la argucia, quien ordena, hace y deshace y que se vale de cualesquiera artimañas para alcanzar sus tenebrosos propósitos. Poderoso e inalcanzable, exhibe sus artes nefandas con inigualable pericia y se mueve a sus anchas en el contexto. Hace gala de un enorme poder y lo utiliza en el cúmulo de conjuros que constituyen sus oscuras artes.

Pero hemos de fijarnos en su fiel criado. Histriónico y acomodaticio, adulador hasta el servilismo y agobiado por las tareas que le encomienda su amo, las cuales tienen más que ver con el aseo y el mantenimiento doméstico que con el uso de poderes cabalísticos, el novato sueña con alcanzar el nivel de mágico desempeño de su maestro. Quizás supone que, una vez adquiridos los poderes, todo será cuestión de agitar la varita mágica y las cosas se resolverán solas, sin que llegue a ser necesaria la intervención de un grado superior de inteligencia.

Así, a la primera oportunidad, asume el papel del hechicero, se apropia de sus instrumentos de conjuro, (el capirote con lunas y estrellas, en el caso de la película de Disney), y monta todo un tinglado que pretende ser de alta teúrgia, pero que en realidad no va más allá de una parodia chapucera, un deplorable simulacro de dominio sobre fuerzas ocultas que le desbordan. En un principio las cosas parecen estar saliendo bien, (tal vez, si acaso, en la película). La escoba genera brazos y acarrea los cubos de agua con que se ha de llenar el pozo. Sin un cerebro consciente, pero con una Cabal diligencia, danza al ritmo de la varita mágica y va y viene, en cumplimiento de su misión.

Entusiasmado, el aprendiz agita sus brazos y pone en marcha otras portentosas fuerzas de la naturaleza. Y, poco a poco, el caos se va entronizando por todas partes, el pozo se rebosa mientras los cubos de agua continúan llegando y el pipiolo descubre de pronto que la situación se ha salido de control. Intenta detener lo que ha desencadenado, pero los recientemente animados objetos se vuelven contra él, desconocen su autoridad y continúan actuando, cada uno como rueda suelta, mientras el desbarajuste crece a su alrededor.

Como es de suponerse, el hechicero hace su entrada en escena, furibundo ante la debacle, y en un dos por tres reestablece el orden. El sirviente, abrumado por la magnitud de lo sucedido, halaga de nuevo a su maestro, tan solo para recibir un rapapolvo, luego del cual sale huyendo. Una vez más, el poder del eterno mago ha terminado por imponerse.

A estas alturas resulta difícil determinar si hemos estado hablando de la obra de ficción o, por el contrario, de la realidad de nuestro país. Hoy por hoy, hemos podido ver de qué manera un incompetente aprendiz se ha hecho con los elementos del poder. La única diferencia con el poema de Goethe consiste en el hecho de que, mientras en la balada, el sirviente aprovechó un descuido del mago para asumir una posición que no le correspondía, en nuestro caso presente ha sido claro que el hechicero, con un designio que a la fecha es todavía insondable,  introdujo al criado en el quehacer de los sortilegios y le permitió asumir el papel escénico. El pobre imberbe realmente se ha tragado el anzuelo; ha llegado a creer que es él quien realmente está al timón del barco, mientras que su amo, en la sombra, pero muy cerca, vigila todo movimiento y señala cada derrotero a seguir.

No obstante, para nadie es un secreto que el pozo ya comienza a desbordar agua, que el aprendiz ha comenzado a perder el control de las fuerzas puestas bajo su mando, especialmente por la supina impericia que gobierna la mayor parte de sus actos y de su oratoria, estéril y atolondrada. De manera lenta pero segura, ha ido convirtiéndose en el hazmerreír de propios y extraños y esa percepción se ha ido afianzando en el sentir de la gente, hasta el punto de que un importante número de sus correligionarios políticos lo mira con azorada suspicacia.

No cabe duda de que Iván Duque es un hombre decente y honorable, un político joven con una hoja de vida impoluta, que no carga a cuestas pasadas trapisondas y que cuyo único desliz ha sido el haber caído víctima del espejismo hipnótico y malsano del Hechicero Eterno. Obnubilado por ese canto de sirena, cometió la ingenua imprudencia de aceptar convertirse en títere, en aprendiz de brujo, para venir a asumir un cargo y una posición para los cuales, tal como la evidencia lo muestra, no estaba ni siquiera medianamente preparado. Los colombianos hemos asistido a la puesta en escena de semejante tramoya y ya circula como un secreto a voces, no solo entre los más sesudos analistas, sino también de boca en boca entre un número creciente de personas, el convencimiento de quién es el que mueve realmente los entresijos de esta presidencia. Pero, y entonces, ¿cómo se explican los desatinos en los que ha incurrido el inexperto mandatario? El único razonamiento coherente que podemos sugerir radica en el enorme esfuerzo que realiza día a día para convencerse a sí mismo y al resto del mundo de que ostenta una independencia en realidad inexistente. Y, entretanto, las ingentes soluciones que se requieren brillan por su ausencia, los proyectos puestos en marcha son una barahúnda inconsecuente de medidas que benefician a unos pocos y que lesionan a otros muchos y su actitud ambivalente e irreflexiva pone a nuestro país en el peligroso riesgo de convertirse en la cabeza de turco, frente a la crisis venezolana.

Todo ello sin mencionar el caos institucional que se ha ido asentando en el país por cuenta del desempleo, que se incrementa de manera alarmante; el vergonzoso espectáculo circense montado en el Senado a partir de las irreflexivas y absurdas objeciones a la JEP, berenjenal al que se arrojó de manera tanto inocente como tozuda y cuyas consecuencias apenas comienzan a hacerse evidentes; aparte de la ya casi inmanejable situación de orden público, adobada con el incidente de Dimar Torres, muerto en circunstancias por demás extrañas y exacerbado, además, con la torpeza arrogante y contraproducente del ministro Botero, cuyas falaces declaraciones constituyen un patético ejemplo de incongruencia y absoluta falta de escrúpulos, situación esta que amenaza con ser el preámbulo de una nueva era de falsos positivos. Como puede verse, fuerzas desatadas que el novel presidente se halla muy lejos de controlar.

¿Hay alguna previsible forma de solución para este desconcierto en el que nos hallamos inmersos? El barco se hunde a ojos vista y no se percibe la fórmula que pudiera aplicarse para remediar tan desastrosa situación. Infortunadamente, al retornar a la balada de Goethe, lo único que falta por ocurrir es la reaparición del mago para que ponga orden y detenga la hecatombe. (Caray, pero si él mismo había dicho que sin él, tal sería la situación en la que habría de caer el país).

Por esta razón hemos de suponer que no es gratuito el concepto que importantes analistas políticos han expuesto, en el sentido de que todo lo que hoy ocurre forma parte de un plan, tan ingenioso como malévolo, que la mente tortuosa del Hechicero Eterno habría fraguado con el único propósito de erguirse en medio de la catástrofe, enarbolando la bandera de la recuperación, el orden y el retorno a los valores de Tradición, Familia y Propiedad.

La única esperanza es que quede entre nosotros una suficiente cantidad de personas que logre sustraerse a su nociva influencia y que, llegado el momento, asuman con entereza la tarea de detener el avance del mesiánico y sus huestes. Será primordial no permitir que se nos infunda el miedo que estas gentes esgrimen como arma y que agitan frente a nuestros rostros para intimidarnos. De lo contrario, una nueva era de Seguridad Democrática, guerrerista y enemiga de la paz, falsos positivos, satanización de la discrepancia y continuo favorecimiento a los que más tienen, en detrimento de los que tienen poco o casi nada, se entronizará en nuestro suelo. El brujo recuperará su capirote, pateará el trasero de su incapaz aprendiz y nos impondrá, como un nuevo mesías, su segunda venida, mientras que todos los demás no tendremos más remedio que posponer el gustico.