Un acucioso periodista, con mucha intención, le dedicó a Andrés Pastrana, cuando era presidente, el título de la conocida obra de Kundera: La Insoportable Levedad del Ser. Más allá de la relación probablemente inexistente entre Tomás, el protagonista y Andrés, el presidente, el sentido de la dedicatoria tenía que ver con la que era ya entonces una evidente característica del mandatario: su irrelevancia, no solo frente a su cargo sino en relación con la incidencia que toda figura política debe tener en las circunstancias y los derroteros que sigue la nación, especialmente si se es el presidente. Como bien hemos podido apreciarlo a lo largo de los años, esa insignificancia ha ido profundizándose hasta el punto de que le haya sido necesario “arrimarse” a la ominosa figura de Uribe, para poder llegar a ser alguien en el panorama nacional, sin lograr otra cosa que convertirse en hombre de paja, en el idiota útil al servicio de los oscuros propósitos que animan al jefe del Centro Democrático. (Como jocosamente diría Daniel Samper Ospina: pobre.)
Desde entonces no había padecido el país un desgobierno tan evidente y sobrecogedor como el que se vive en la actualidad. Transcurridos unos meses desde su posesión, la imagen de Iván Duque ha ido difuminándose, haciéndose cada vez más etérea, fantasmal, casi inexistente, mientras Colombia naufraga en medio de los diversos temporales que la agobian.
Para empezar, démosle un vistazo a los primeros nombramientos: Manejados los entresijos del poder por la Eminencia Gris del Presidente Eterno, un personaje tan siniestro como Alejandro Ordóñez y otro con una figura que sería risible si no fuese patéticamente tragicómica, como Francisco Santos, han sido designados en importantes cargos en el extranjero, en posiciones que requerirían verdaderos estadistas, individuos con una mente lo suficientemente amplia para tener a cargo los intereses de todos nosotros frente a las potencias del orbe, sobre todo en los momentos actuales, cuando el timón de la nación más poderosa del planeta se halla en manos de un atrabiliario fantoche, inepto y corrupto, que amenaza con sus torpes bandazos la seguridad de todos los pueblos del orbe; pero bueno, ya afirmaba un expresidente, sin el menor reato de conciencia, que a esos cargos no se llega a prestar servicios, sino por servicios prestados.
Ahora veamos: el fiscal general de la nación, la persona encargada de perseguir a los delincuentes y hacer caer todo el peso de la ley sobre los transgresores, se halla en este momento en la dudosamente ética posición de investigarse a sí mismo, dentro del espantoso lodazal de corrupción y crimen del escándalo de Odebrecht en el que, se percibe, él mismo fue un aplicado participante. Y, lejos de apartarse del cargo con gallardía (¿sabrá Néstor Humberto Martínez qué es eso?), monta en cólera, descalifica y amenaza, mientras el enredo se hace más y más intrincado y la gente de a pie se reafirma en su convicción de que “nada va a pasar.” (¿Cómo podría pasar algo en un contexto en el que se halla directamente implicado uno de los “cacaos” más poderosos del país?)
Por otro lado, al tiempo que el gobernante se reúne con ese ícono de la vida nacional, pilar artístico de la comunidad y magno representante de la expresión poética y musical de nuestra cultura, Maluma, y dedica valiosos instantes de su ocupadísima agenda para meditar con filosófica profundidad sobre la trascendental importancia de los 7 enanitos, estudiantes, maestros, trabajadores y gente del común marchan por la ciudad capital, pidiendo que ese a quien eligieron mas de diez millones de votantes los escuche, preste atención a sus vitales demandas y se reúna con ellos para buscar una solución a sus enormes problemas. Todo en vano. Al parecer, para el Señor Presidente ellos no existen.
Ha de examinarse también el estado en el que se encuentran los proyectos bandera del gobierno: la reforma tributaria y la reforma a la justicia. En el primer caso, convendría que alguien le señalara al ocupante de la Casa de Nari, que el eufemismo con el que intentó camuflar el tan sonado incremento de la carga tributaria para la gente del común no tuvo el efecto encubridor que se pretendía. Hoy es de pleno dominio entre la opinión pública el hecho incontestable de que el señor ministro de hacienda, por lo demás un individuo salpicado por sospechas y casi certezas de corrupción, intenta aliviar la carga impositiva de los grandes conglomerados económicos y de los más acaudalados mediante el socorrido recurso de abrumar todavía más, con nuevos tributos a la clase media. Todo ello, afirma, para alcanzar los fondos que requerirá el Estado para su funcionamiento en el próximo año y como resultado del hueco fiscal dejado por el gobierno anterior. Pero, aparte de las afirmaciones que se han hecho en el sentido de que hay fondos que no se han utilizado y que no existe el tal hueco fiscal, lo que bien sabemos es que no se intenta cubrir un faltante de dinero sino obtener los recursos para mantener el desbordado gasto público, sin las más elementales restricciones.
Pero lo más bochornoso ha sido el tránsito que este proyecto ha tenido en el Congreso. Muchos de sus miembros, acaso dolidos ante la renuencia del gobierno a “untarles” la mano con la famosa mermelada, se han opuesto a vapulear a la gente común con el esperpento que se propone. Y, por lo consiguiente, la estructura de la tan cacareada Ley de Financiamiento ha ido quedando convertida en una colcha de retazos, con una cantidad de inconsistencias y contradicciones que habrán de significar enormes penurias para todos. Y, ¿qué dice el presidente? Se limita a hacer mutis por el foro, como si lo que está sucediendo no tuviera nada que ver con él.
La justicia, que debería ser la piedra angular de la existencia misma del Estado y que, como todos sabemos, también cayó víctima de la carcoma perniciosa de la corrupción, requiere de una urgente reforma. Sin embargo, los elementos centrales del proyecto que acaba de perder la batalla en el Congreso no tuvieron el peso suficiente para alcanzar ese importante logro; y ha de añadirse que, de todas maneras, intentaba atacar la fiebre en las sábanas, sin comprometerse de verdad con los enormes lunares que aquejan a este importante estamento republicano. Acaso la única ventaja de lo que ha ocurrido venga a ser el que los amañados recortes proyectados para la acción de tutela quedaron sin efecto. A la fecha, nada se sabe de lo que piensa el señor Duque respecto a esta situación.
Y sigue la fiesta. La terna propuesta para la farsa del fiscal ad hoc, ha sido repudiada por inconveniente. Aún después de la renuncia de uno de los ternados y su inmediata sustitución, no parece haber garantías de que vaya a tener lugar una investigación independiente, que busque en forma seria esclarecer los hechos. De todas maneras, mientras el señor Fiscal se mantenga atornillado a su cargo, convertido de alguna manera en juez y parte de este vergonzoso episodio, las opciones de llegar a la verdad son más bien limitadas, por no decir que nulas.
El señor Duque ha respaldado con denuedo su propuesta, pero, ¿de dónde procede este ánimo defensor? Podríamos suponer que es el resultado de su amplia experiencia como político y hombre de Estado, si tales destrezas fueran realmente suyas. Sabemos que no es así; pero en cambio, no debemos olvidar quién lo puso donde está ni cuáles son los enormes intereses que se juegan en este infamante capítulo de nuestra historia nacional.
Y, si no fuera suficiente, miremos en qué quedó el compromiso de radicar y respaldar los puntos de la fallida consulta anticorrupción. Luego de haberse invitado a los promotores a una mesa de trabajo para conformar un proyecto que habría de presentare en el Congreso con carácter urgente, simplemente ello no ocurrió, la mayoría de los puntos no fueron siquiera discutidos y el texto se fue quedando en el olvido, sin que el Primer Mandatario se haya dignado tener en cuenta la voluntad de más de once millones de votantes.
Ah, pero eso sí: se ha planteado la posibilidad de resucitar la tarjeta profesional de periodista, lo cual, de acuerdo con representantes del oficio, tiene como objetivo limitar la fiscalización de la prensa y conseguir elementos para lograr amordazarla, intimidarla y hasta extorsionarla. Algunas importantes figuras de la política nacional, (como el Fiscal Martínez, por ejemplo), congresistas, alcaldes, gobernadores y otros, han interpuesto toda clase de recursos para impedir que la tarea periodística se desarrolle con la plena libertad que, supuestamente, garantiza la Constitución.
Y, por otra parte, el ministro Botero lanza las Fuerzas del Orden contra manifestantes inermes, con la consecuente cuota de heridos y lesionados y con el incuestionable argumento de que es necesario “imponer el imperio de la ley”. En este momento, no sabemos lo que piensa el presidente de tal situación. (Y ¿hablaban de “venezolanización? ¿Qué puede colegirse de estos intentos de bloquear el derecho a la manifestación pública o la velada mordaza a la libertad de prensa? ¿No están tan sutiles procedimientos a la altura de los manejos llevados a cabo por Maduro y sus secuaces?).
Así las cosas, a estas alturas nadie sabe con certeza lo que le espera al país, habida cuenta de las inexpertas manos que se hallan al frente, que debieran señalar el camino y mostrar entereza y determinación, pero que, por el contrario, no han hecho otra cosa que dar claros ejemplos de impericia y de una supina incapacidad para desempeñarse en el cargo que les señaló la democracia.
Sin embargo, (“piensa mal y acertarás” dice un colombianísimo y sabio adagio), todo el tinglado no deja de tener un tufillo a montaje. Quienes meditamos angustiosamente sobre la suerte de la nación, no podemos dejar de plantearnos varios interrogantes, para los cuales todavía no tenemos ninguna respuesta:
¿Cuál fue el propósito real que tuvo Uribe para elegir al más inexperto e incapaz de su camada?
¿Qué se propone el jefe del Centro Democrático al jugar a dos bazas, apoyando al gobierno en algunas cosas y oponiéndose a otras?
¿En qué momento descubrirá finalmente sus cartas, para mostrarnos sus verdaderas intenciones, las cuales por ahora no podemos sino suponer?
¿Estaba la caída en picada de la popularidad del presidente entre sus elucubraciones, para generar un clima que, de alguna manera, le vaya a resultar finalmente favorable?
El expresidente es un individuo muy avezado en las lides de la política, las cuales, desde tiempos inmemoriales, conllevan una abundante dosis de triquiñuela y manipulación. Por este motivo consideramos que nos asisten suficientes razones para suponer que lo que está sucediendo forma parte de un plan a mediano o largo plazo, que le representará enormes réditos en lo político y que, de paso, de alguna manera ayudará a poner punto final a las investigaciones que se le siguen por diversas irregularidades. ¿Habrá pensado en una nueva modificación del articulito para intentar volver a hacerse con el poder? Absurda idea, pero con él, nunca se sabe. O bien podría ser que su solapada intención sea que se genere un caos institucional enorme e inmanejable, de modo que el pueblo soberano (entiéndase, los grupos económicos, los industriales y empresarios, los socios del Nogal, del Jockey y del Country), determine ir en su busca: “Presidente Eterno, ¡salve usted la patria! Quienes no nos dejamos embaucar con su retórica ampulosa e incendiaria no podemos menos que observar con creciente preocupación de qué manera, agazapado en la penumbra, se apresta para dar el zarpazo.
Y entretanto, el país se encuentra sumido en una acefalia sin precedentes y los ciudadanos miramos con desolación la forma en que los incontables problemas que nos aquejan amenazan con dar al traste con la poquita buena salud mental que nos queda. ¿Y quién podrá defendernos?