En un hecho inesperado, el señor Trump ha sido elegido como el próximo presidente de los Estados Unidos. Pero la verdad que resulta difícil acomodar nuestro pensamiento racional y coherente a un suceso que, si bien se temía, ninguna persona en sus cabales habría llegado a dar como realizable. Quienquiera que haya escuchado sus afirmaciones durante la campaña, o hubiera tenido la oportunidad de ver los debates televisados habría llegado a la conclusión de que ningún electorado sensato, congruente y con un mínimo sentido de la lógica, la decencia y el decoro habría seleccionado esta opción. Quienes miramos el escenario desde fuera no hacemos más que devanarnos los sesos, preguntándonos que fue lo que pasó.
Pero precisamente por eso, mirando las cosas desde una perspectiva externa, no podemos sino concluir que hay muy poco de sensato y congruente en una preocupantemente amplia porción de estadounidenses. Abunda en el país más poderoso de la Tierra una enorme cantidad de gentes con poca preparación académica, cuyo proceso de desarrollo intelectual abortó de manera abrupta frente a la comida chatarra, la cerveza y un televisor para obnubilar sus mentes con el fútbol y las telenovelas. Nada que vaya más allá de estos linderos llega a poseer para ellos importancia alguna. Sin embargo, las exigencias del mundo contemporáneo han dado lugar a que el triángulo hamburguesa-“Booze”-Supertazón, como esquema de vida, comience a hacer agua y quienes a él se aferran con desespero, carecen del constructo mental para entender por qué sus vidas, de pronto se encuentran a punto de colapsar.
En este contexto surgió la figura del magnate, que ostenta en sí y exhibe de manera impúdica y desvergonzada todos y cada uno de los rasgos que, desde mucho tiempo atrás, han caracterizado a muchas gentes de la sociedad norteamericana: racismo, misoginia, machismo, desprecio y suspicacia hacia cualquier forma de diferencia, estrechez de mente y repudio a todo aquello que pueda poner en riesgo su forma de vida o su ideal de lo que deben ser la libertad y la democracia, (prebendas concebidas solo para ellos, sin importar que las mismas brillen por su ausencia en otras latitudes). Todo esto aderezado con su exuberante y ofensiva actitud de matón de barrio, que atropella a todo y a todos y que no tiene ningún reparo en insultar, pisotear, descalificar y amenazar, con el único objetivo de lograr sus propósitos. (Dolorosas secuelas de ello se aprecian en las profundas cicatrices que este tipo de intervencionismo abusivo de la nación más poderosa del orbe ha dejado cuando y dondequiera que inescrupulosos líderes han puesto sus ojos y sus intereses, especialmente en América Latina).
De esa manera, la distribución de votos, tal como se aprecia en el mapa, pleno de rojo y con tan solo algunos exiguos puntos azules, no llega a ser tan sorpresiva, si bien no deja de ser abrumadora en su significado y en sus implicaciones para lo que podemos intuir que se avecina durante los próximos cuatro años. Sesudos analistas políticos vaticinan un oscuro panorama de retroceso, de regresión a los parámetros de una mentalidad retrógrada y recalcitrante que hizo carrera durante la primera mitad del siglo pasado, que se vio revaluada y aparentemente domeñada con las transformaciones que tuvieron lugar hacia los años 60s y 70s, pero que resurge hoy con ahínco y con un ánimo revanchista. Así, las predicciones para los demás habitantes del globo no son precisamente halagüeñas: a pesar de lo que muchos han afirmado ahora en el sentido de que es muy probable que la supina incompetencia del nuevo presidente y sus extravagantes tendencias, acaso estarán controladas por los mecanismos del sistema federal, muchos de nosotros, incluidos líderes mundiales y analistas de diversa índole no podemos dejar de experimentar un soterrado temor por la suerte de la civilización occidental, que sin lugar a dudas se halla clara y específicamente amenazada por el inconmensurable poder que ha sido depositado en las manos de este sujeto incapaz, agresivo y deshonesto.
Pero ahora debemos preguntarnos varias cosas: ¿qué significa (si es que realmente significa algo), ese objetivo de “hacer que América vuelva a ser grande”? ¿De qué manera planea llevar a la práctica tan ambigua y aleatoria pretensión? ¿Será que concibe la idea de retomar el principio de Teodoro Roosevelt de “andar con pasos suaves y con un garrote bien grande”, con la variación de cambiar los “suaves pasos” por retumbantes y amenazadoras zancadas? ¿Habrá despliegue de fuerzas militares? ¿Podría, eventualmente, llevar al mundo al borde de una confrontación nuclear?
Las respuestas se irán dando, seguramente, y poco a poco propios y extraños tendremos la oportunidad de ir mirando hacia dónde habrá de encaminarse la nación norteamericana, cuyo timón pronto se hallará en las manos más ineptas de que se tenga noticia, desde la época en que sus Padres Fundadores elaboraran y firmaran el acta de la Constitución.
Por ahora, sería importante tratar de determinar de qué manera puede esta nación llegar a ser “grande”. Tendríamos que intentar conformar un esquema de valoración que recogiera las rúbricas en virtud de las cuales habría de determinarse la grandeza de un país. Criterios como por ejemplo, la calidad de vida de sus habitantes, enriquecida con amplias oportunidades de trabajo bien remunerado y tratamiento igualitario para todos, sin distingos de raza, credo, género u orientación sexual; el modelo de protección otorgada al adulto mayor, a la niñez desamparada y a las gentes menos favorecidas, de manera que todos alcancen los beneficios que supone vivir en una de las naciones más ricas del planeta; la forma en que este conglomerado político asume y respeta los compromisos establecidos con sus vecinos; la manera en que se preocupa por participar en la solución de tantos y tan enormes entuertos, tanto globales como domésticos, que significan la tragedia y la desventura para un incontable número de seres humanos; los aportes que su comunidad científica lleva a cabo para erradicar las causas de la miseria y el sufrimiento; el crecimiento de los procesos intelectuales a través de un esquema educativo al alcance de todos, que determinen un significativo avance en la larga y agobiadora tarea de conocernos a nosotros mismos y, por ende, acercarnos así sea un ápice, al inalcanzable don de la perfección. Y, por supuesto, contar con el respeto de la comunidad internacional. (A este respecto bien podemos afirmar que ese respeto, perdido casi en su totalidad durante la muy por demás discreta gestión de un dipsómano incapaz como George W. Bush, recuperado durante la labor de un hombre carismático e inteligente como Obama, ha declinado velozmente luego de las elecciones y llegará sin duda a desaparecer por completo, una vez el patán electo asuma la presidencia).
Muchos estarán de acuerdo en que lo que aquí se plantea constituye una utopía. Pero, ¿y entonces? ¿hacia qué tipo de grandeza planea el señor Trump llevar a su país? Podría ser posible que tenga en mente retornar a épocas pretéritas, como por ejemplo la de invadir una nación bajo los falaces pretextos de armas de destrucción inexistentes, o quizás refrendar y renovar las tomas de Panamá, (Geroge Bush), Granada, (Ronald Reagan), y la República Dominicana, (Lyndon Johnson), naciones indefensas que sucumbieron a la agresión sin disparar una sola bala, o puede ser que ya tenga en mente el derrocamiento sanguinario de algún gobernante legítima y democráticamente elegido, (como lo hicieran Richard Nixon y su criminal Secretario de Estado Henry Kissinger), para poner en su lugar a un sátrapa títere que asesine a sus compatriotas de forma inmisericorde, o que de pronto quiera volver a los “gloriosos” días en que su poderoso ejército abandonó “la tierra de los hombres libres” el “hogar de los valientes” para ir a Vietnam a masacrar campesinos inermes que, acertada o equivocadamente, pero haciendo uso de su inalienable derecho al libre albedrío, buscaban el sendero de una vida mejor, luego de lustros de un infame colonialismo.
Se nos ocurre pensar que la grandeza a la que aspiran los electores que votaron por este individuo, consiste en retornar a los días de la supremacía racial, cuando los negros se hallaban sometidos a una discriminación oprobiosa y a toda clase de vejámenes, época en la que el lugar de la mujer era la cocina y el único trabajo aceptable para un inmigrante era recogiendo las cosechas en los campos de cultivo o lavando pisos e inodoros en los edificios y casas de los blancos.
Así pues, al examinar con detenimiento esta oferta de “Hacer que América vuelva a ser grande”, la única conclusión que puede obtenerse es que este es un eslogan totalmente carente de significado. Solo es humo, palabrería inútil, burda demagogia, destinada a las mentes incultas y estrechas de una gran cantidad de ciudadanos.
Sin embargo, en medio de la verborrea delirante que habla de deportaciones masivas y murallas fronterizas, se percibe el fantasma creciente de un nacionalismo a ultranza, similar no solo al que hoy destaca en algunos países de la moderna Europa, sino también calcado en el molde de ese mismo sentimiento que Adolfo Hitler manipuló para exacerbar los ánimos del pueblo alemán y conducirlo no solo a desatar una de las mayores conflagraciones bélicas de que se tenga noticia, sino también a cometer el atroz genocidio del Holocausto.
En el mundo contemporáneo y en esta época en que la globalización está a la orden del día, las distancias se han reducido y la comunicación de un extremo a otro del globo ocurre en microsegundos, el aislacionismo nacionalista que predican la ultraderecha europea y el saltimbanqui del peluquín, constituye una de las más regresivas tendencias, no solo en lo político sino también en lo social y lo económico. Sobre todo si tenemos en cuenta que, hoy por hoy, son enormes las dificultades que aquejan al género humano en términos de eventuales y amenazadoras pandemias, un recalcitrante sentimiento religioso carente de la más mínima sombra de racionalidad, que ha dado lugar a movimientos subversivos que, como hemos podido verlo, han sembrado de dolor y muerte amplios rincones del planeta, el peligro constante de la recesión, con todas las consecuencias que ya hemos visto en el pasado y, en fin, el hambre y las necesidades básicas insatisfechas, que campean y se solazan entre los menos favorecidos, lo que ha dado lugar al masivo movimiento migratorio que hemos presenciado en Europa.
Así las cosas, el nacionalismo aislacionista, pletórico de sentimientos de supremacía (recordemos el principio de la raza aria, predicado por el Tercer Reich) y con una creciente determinación a rechazar como enemigos a todos los demás, puede llegar a sentar las bases para una catástrofe de dimensiones incalculables, sobre todo ahora que un inepto magnate, inescrupuloso y temerario, tiene la oportunidad de poner sus dedos en el botón rojo de los misiles nucleares. Porque, definitivamente, la única manera que tiene Trump de “hacer que América vuelva a ser grande”, es, sin lugar a dudas, la agresión. Los acuerdos internacionales, la cooperación mutua, la ayuda a los necesitados y la solución de conflictos a través del diálogo, todo ello se irá por el drenaje. Será necesario demostrar al mundo que no hay nadie que pueda enfrentárseles y salir indemne. Sus intereses habrán de prevalecer por encima de los de todos los demás pueblos del orbe; y, al interior, será urgente recuperar el predomino de la raza blanca y demostrarles a las demás etnias que todos ellos son inferiores y que, si se los tolera dentro de las fronteras de la nación, es única y exclusivamente para que sirvan a los blancos. Suena ominoso y, aún, exagerado y derrotista. Pero basta con observar lo que fue el proceso de la campaña, lo que dijo el candidato y la manera inconsecuente y absurda en que un inmenso conglomerado de estadounidenses asumió como verdades inamovibles los disparates que expuso como sus banderas.
Los norteamericanos tienen un proverbio soez que resulta muy apropiado para la situación presente: “Sh…. happens”. Significa en términos simples, que lo peor puede llegar a ocurrir y que, de hecho ocurre. (La tan llevada y traída “Ley de Murphy”: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”). Es, sin duda, lo que ha sucedido en este caso. Solo nos queda cruzar los dedos y desear de todo corazón que no se vaya a cumplir ese otro adagio, igualmente procaz, también muchas veces repetido por las gentes del país del norte: “When the sh…. hits the fan”, que se refiere al momento en que la porquería será tan abundante que alcanzará al ventilador (presumiblemente fijado al techo) y se esparcirá, llegando hasta el más recóndito rincón. Si tal ocurre, parafraseando a La Biblia podremos afirmar que “…entonces será el llanto y el crujir de dientes”.