INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Algunos aspectos introductorios:

Una mirada en retrospectiva a la senda seguida por el ser humano en su proceso de desarrollo nos muestra de qué manera el permanente anhelo de incrementar el conocimiento  ha sido el motor que nos ha conducido a los enormes logros que hemos alcanzado en los diversos campos del saber. El carácter por demás curioso de nuestra especie condujo a nuestros ancestros a buscar, indagar, preguntar y, si bien en muchos casos fue necesario un doloroso procedimiento de ensayo y error, todo lo que somos hoy en materia de ciencia y tecnología se encuentra inexcusablemente apoyado sobre los hombros de esos antepasados que con frecuencia sacrificaron su casa, su hacienda y su bienestar con el único objetivo de conocer.

No obstante, no fueron pocos los escollos. A título de ejemplo: si hace cien años (1916) alguien hubiera dicho que los órganos defectuosos de un ser vivo podrían ser reemplazados por otros extraídos a una persona fallecida, tal afirmación habría sido tomada con una escéptica sonrisa de incredulidad. Si esa afirmación se hubiese hecho hace doscientos años (1816), el imprudente divulgador habría sido tildado de demente y quizás habría sido denunciado a las autoridades por propender por la perturbación del eterno descanso de los difuntos. Ahora, si el asunto hubiera tenido lugar hace trescientos años, (1716), quien cometiera tal ligereza hubiese sido objeto de un juicio sumarísimo y conducido inmediatamente a la hoguera. Y sin embargo, los trasplantes son hoy un método ordinario de prolongar la vida, amén de las dificultades que todavía subsisten en términos de donantes y los astronómicos costos pecuniarios que conllevan. Así pues, es evidente que la necesidad de incrementar el conocimiento es un poderoso impulso. Con absoluta convicción podemos afirmar que tal inquietud forma parte integral de nuestra naturaleza y que nada ni nadie podrá menguar esa imperiosa urgencia de búsqueda.

Dicho lo anterior, conviene proceder a la explicación definitoria de un concepto que habrá de servir de base al asunto central de las presentes consideraciones. Me refiero a la noción, hoy acaso caída en el olvido, del Síndrome de China. En los años 60, frente al denodado aumento en el tamaño y la potencia de los reactores nucleares, surgió el temor de una eventual pérdida de control y un escape del núcleo radiactivo. Se llegó a pensar que este podría penetrar el subsuelo y atravesar la corteza terrestre, llegando hasta los antípodas. Si bien que esto ocurriera era (y es) una imposibilidad física, las consecuencias de una pérdida de control en una planta nuclear han sido trágica y dramáticamente reales en  casos como la Isla de Tres Millas, Chernóbil y Fukushima.

No obstante y a pesar de todo, cabe señalar que la inquietud investigativa del hombre no se arredrará ante estos ominosos sucesos, como tampoco permitirá (ni ha permitido hasta el día de hoy), que barreras éticas, morales o religiosas se interpongan o pretendan frenar el curso de los estudios. Sin lugar a dudas y a pesar de las voces que se levanten en protesta, la exploración sobre las células madre seguirá adelante y en un futuro tal vez no muy lejano veremos los primeros clones de seres humanos. Ninguna cortapisa podrá inmiscuirse en el presente o en el futuro, como no lo hicieron hace ya casi un siglo las advertencias sobre el poder destructivo de las bombas atómicas que, de todas maneras, fueron utilizadas en forma inmisericorde contra poblaciones indefensas.

Tal es, hasta aquí, el marco contextual de un planteamiento que parece ser de capital importancia, puesto que compromete, a mi manera de ver, la forma en que habrá de desenvolverse la vida del género humano y, aún, la existencia misma de nuestra especie, si no a corto, muy seguramente a mediano plazo.

 

El meollo de la cuestión:

Científicos de todo el mundo han venido concentrándose de manera creciente en la investigación que habrá de dar lugar a la creación de un organismo cibernético inteligente y autosuficiente. Es lo que se conoce en términos profanos como inteligencia artificial. Los alcances reales en el progreso de este trabajo no son conocidos, (seguramente por las implicaciones armamentísticas que puede llegar a tener, razón por lo cual, como es lógico, los militares se hallan cercana y directamente involucrados),  pero recientemente, algunos documentales de divulgación científica en los que suelen participar importantes figuras del saber, como Michio Kaku, Alex Filippenko y el mismo Stephen Hawking, nos han mostrado visos de los importantes avance que se han venido logrando en la materia. Sin ir más lejos, los drones son hoy un avance notable en términos de observación, espionaje y ataque. Si bien todavía dependen del control ejercido a distancia por personal humano, podemos estar seguros de que no falta mucho para que estas máquinas puedan desempeñarse de manera autónoma, con poco o ningún concurso de sus creadores.

Ahora bien: para nadie es un secreto la abismal diferencia que subsiste entre una unidad de mente computarizada, fría, calculadora y asombrosamente eficiente, dentro de los parámetros de desempeño para el cual ha sido creada y la mente humana, apasionada y muy proclive a la falibilidad. Desde los primeros albores de su existencia, el hombre se ha caracterizado por una dualidad evidente, en la que se mezclan una mente calculadora y un cúmulo de emociones que, con frecuencia, ejercen un poderoso ascendente sobre sus decisiones y su quehacer. Lo cual implica que, en más de una ocasión, se adopten determinaciones equivocadas que pueden llegar a tener impredecibles consecuencias para el actuante, su entorno cercano y, eventualmente, las gentes, pueblos o naciones que se encuentren dentro de su esfera de influencia. Pero eso es lo que somos; el error es parte integral de nuestra existencia y hemos aprendido a vivir con él, asumirlo y estar en todo momento, prestos a corregirlo. Sobreponernos a nuestros desaciertos ha venido a ser un elemento fundamental de nuestro crecimiento.

Pero deberíamos pasar a reflexionar sobre los procesos de actuación, toma de decisiones y desenvolvimiento general de una mente cibernética. Una vez que nuestros esfuerzos hayan logrado desarrollar una entidad capaz de autoabastecerse, aprender y, como resultado de ello, reconfigurar su programación, tendríamos que entrar a considerar muy detenidamente cuál irá a ser el esquema en el que vaya a tener lugar su interacción con nosotros. ¿Cuál será la percepción de este nuevo ser respecto a estas imperfectas y, por lo mismo, frecuentemente erráticas entidades de carbono? A menos que nuestros científicos logren introducir en sus circuitos una reproducción imitativa de las emociones humanas, habremos de vérnoslas con un ser frío, calculador y desapasionado, cuyas decisiones estarán inevitablemente dictadas por la lógica. Muy probablemente no estará en posibilidad de cometer errores, atenderá de manera primordial a su propia conservación y supervivencia y mirará nuestras múltiples incertidumbres y vacilaciones con gran reserva.

¿Y cómo asumirá el género humano la presencia en el mundo de una mente infalible y poseedora de extraordinarias capacidades deductivas y analíticas? Puede ser que, inicialmente, tal alcance constituya un gran motivo de orgullo para la ciencia y la tecnología, al haber sido el mismo, un producto desarrollado por nuestro intelecto. Pero con el transcurrir del tiempo nos iremos dando cuenta de que, por primera vez desde que abandonamos las cavernas, tendremos frente a nosotros a un ser altamente dotado, con la posibilidad de disputarnos el derecho a prevalecer y que bien pudiera llegar a convertirse en la especie dominante del planeta. ¿Estaremos sicológica y emocionalmente preparados para tan incontestable realidad?

La ciencia-ficción o anticipación científica, como también ha sido llamada, nos ha propuesto diversos escenarios relacionados con la creación de estas mentes cibernéticas autosuficientes. Salvo un caso específico del que tenga noticia, que se mencionará posteriormente, en la mayor parte de las historias la humanidad ha terminado llevando la peor parte. Como ilustración de lo que aquí pretendo plantear, quisiera referirme a un par de ejemplos que pueden ser bastante significativos:

Arthur C. Clarke colaboró con Stanley Kubrick en la creación de un libreto para una película que el cineasta quería hacer y que terminó convertido en una novela de ciencia-ficción. En “2001 Una Odisea del Espacio”, un grupo de científicos y astronautas emprende un largo viaje a bordo de una moderna nave espacial controlada por la supercomputadora Hal 9000, una imponente máquina, con algo muy parecido al determinismo autosuficiente. Pero algo sale terriblemente mal. Nunca se aclara realmente si esta mente computarizada cometió el error que se le imputa, si bien el desarrollo de los acontecimientos y la consecuente manera de actuar de los personajes inducen al lector-espectador a suponer que así fue aunque, sin embargo, ella misma no es consciente de su mal funcionamiento y al no serlo, toma la decisión de privilegiar los parámetros del viaje por encima de las vidas mismas de los hombres involucrados. Las consecuencias para la misión habrán de ser del todo inesperadas. En este ejemplo, los humanos fundamentaron toda su actividad en la convicción de contar con una herramienta que era, al parecer, incapaz de equivocarse. Sin embargo, al descubrir que no era así, intentaron aislarla y recuperar el control, lo que dio lugar a una confrontación. Y, convencida de su incuestionable superioridad, la entidad se volvió contra ellos.

En 1984 James Cameron y Gale Anne Hurd dieron vida a “Terminator”, o “El Exterminador”, que se convirtió en una saga de varias películas, en virtud del éxito de la cinta inicial. Aparte de los pormenores referentes a Sarah Connor, a su protector y a los asesinos enviados del futuro para acabar con su vida, el tema central de la trama gira alrededor una mente robótica, Skynet, que ha dispuesto exterminar a la raza humana por considerarla anómala, falible y, en consecuencia, peligrosa para la existencia misma del organismo cibernético. Este escenario, que bien podría llegar a darse, como resultado de un eventual conflicto de intereses entre los hombres y las máquinas, es lo que podríamos categorizar como el Síndrome de Terminator: entidades de inteligencia artificial, creadas por nuestros científicos para ser autosuficientes y autodidactas, llegan a la conclusión lógica, coherente y desapasionada de que la humanidad constituye un riesgo para la seguridad de todo lo demás que existe, (en lo cual, dicho sea de paso con cierta dosis de cinismo, no estarían del todo equivocadas) y por lo consiguiente la única forma de auto preservación y de protección del medio ambiente y del planeta sería la erradicación de esa parasitaria infección. La confrontación resultante plantea una tragedia bélica de proporciones dantescas que apenas deja medianamente bien parados a los humanos y que jamás concluye en su totalidad. (No puede hacerlo, por supuesto, dados los inmensos réditos económicos que cada nueva producción representa para Hollywood).

El caso sugerido en el que los seres humanos no terminan en franca desventaja frente a las entidades cibernéticas se encuentra en los planteamientos hechos por Isaac Asimov, el gran escritor de ciencia-ficción, quien también vaticinó en sus obras la creación de seres robóticos prácticamente autosuficientes. No obstante, el autor consideró que tales unidades tendrían que estar plena y absolutamente al servicio y bajo el control de los hombres que los crearon. Para ese propósito planteó que, en la programación de los circuitos positrónicos que llevarían estos entes habría de ser necesario incluir lo que él llamó las tres leyes de la robótica, a saber:

  1. Ningún robot causará daño a un ser humano o permitirá, con su inacción, que un ser humano resulte dañado.
  2. Todo robot obedecerá las órdenes recibidas de los seres humanos, excepto cuando esas órdenes puedan entrar en contradicción con la primera ley.
  3. Todo robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando esta protección no entre en contradicción con la primera o la segunda ley.

En las obras de Asimov se da con mucha asiduidad la interacción entre los humanos y los robots. Con mucha frecuencia salen a relucir las leyes aquí mencionadas y su aplicación a lo largo de las diversas tramas da lugar a una variada gama de situaciones conflictivas, especialmente en lo que tiene que ver con las entidades cibernéticas, plenamente conscientes de sí mismas, pero siempre supeditadas al control de hombres y mujeres que con muy poca frecuencia se comportan de manera lógica y generan en las máquinas profundos dilemas. Pero a pesar de todo, la humanidad mantiene el control.

Todo lo anterior nos mueve a reflexionar sobre lo que habrá de ser la convivencia del género humano con estos otros seres cuyas mentes ostentarán esos elevados niveles de razonamiento lógico, que muy pocas veces están a  nuestro alcance, y que carecerán de cualquier forma de emocionalidad en sus procesos de toma de decisiones. Si asumimos como base de  nuestro análisis la inveterada intolerancia que nos ha caracterizado siempre para soportarnos los unos a los otros, la cual nos ha hecho prácticamente incapaces de aceptar las diferencias de nuestros congéneres en términos de raza, religión, género, orientación sexual y demás, muchas de las cuales han dado lugar a bárbaras confrontaciones que han cubierto con nuestra sangre el suelo que pisamos, no se nos oculta que la coexistencia con este tipo de entidades electro-mecánicas, producto de  nuestra inventiva pero tan inconmensurablemente distintas a lo que somos, habrá de ser un asunto particularmente conflictivo, por decir lo menos, y que, bien podríamos predecirlo, irá escalando hasta alcanzar los ribetes de un muy seguramente trágico enfrentamiento.

 

Una cierta forma de conclusión.

Es un hecho que la investigación científica no se detendrá. Como queda dicho, la permanente búsqueda de conocimiento forma parte integral de la naturaleza humana y, por lo mismo, nada ni nadie puede impedir que continúen los estudios que habrán de llevarnos hacia logros hoy insospechados. Pero hemos alcanzado un nivel de desarrollo intelectual que nos otorga la posibilidad de examinar con mayor detenimiento las implicaciones y las consecuencias de nuestros actos. Hasta el día de hoy no hemos hecho otra cosa que movernos en forma desaforada en una o en otra dirección, inconscientes e irresponsablemente indiferentes a lo que pueda depararnos el siguiente recodo del camino. Pero las circunstancias de lo acaecido en el pasado, como también los alcances de los logros del presente nos proporcionan la invaluable oportunidad de pronosticar nuestro futuro con cierto grado de precisión.

Así pues, científicos, dirigentes, líderes sociales y comunitarios y también todos los demás en el debido grado de proporción que nos corresponda, cargamos con la grave responsabilidad de las ramificaciones y la trascendencia que nuestras acciones de hoy tendrán en el futuro mediato en inmediato.

Nadie puede tener la absoluta certeza de que haya de presentarse un conflicto entre entidades cibernéticas autosuficientes y los seres humanos. Las consideraciones aquí planteadas no son otra cosa que una mirada ansiosa hacia el horizonte, con la intención escueta de proponer un contexto situacional que podría llegar a ser posible y que, por lo mismo y dadas sus siniestras características, debería ser tenido en cuenta a la hora de tomar importantes decisiones que involucren la eventual posibilidad de una catástrofe para  nuestra especie. De la misma manera que las espantosas consecuencias de una guerra nuclear nos han llevado, si bien al borde de la locura, pero nunca más allá, acaso resulta urgente que los científicos de hoy, empeñados en la creación de esa Inteligencia Artificial, mantengan en sus mentes la importancia de incluir en sus investigaciones el diseño de un procedimiento similar  las leyes de Asimov, orientado a prevenir las que pudieran ser unas nefastas secuelas de su arduo trabajo.

Para todos nosotros es un axioma que de ninguna manera ha de detenerse el avance tecnológico-científico, del cual la humanidad ha derivado tantos beneficios, a la par que otros cuantos infortunados estragos. Por lo cual es de capital importancia que la subsecuente búsqueda del conocimiento suponga un continuado logro de los primeros y también un perentorio método de prevención de los segundos. El gran interrogante es si llegaremos a ser capaces de tan alto grado de sensatez. Alguna vez alguien dijo que: “Quienquiera que se encuentra al borde de un abismo, debería entender que progreso también puede ser dar un paso atrás”. Pero, ¿tendremos la inteligencia suficiente para reconocer ese borde, cuando lleguemos a él? Solo el tiempo lo dirá.

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