EL AUGE DE LA NOVELA NEGRA SUECA

 

Suecia: Desde la perspectiva del mundo en que vivimos aquí en Latinoamérica, este, al igual que otros países que llamamos “nórdicos” ha llegado a constituir un brillante punto de luz en nuestro cielo, ya desde la segunda mitad del siglo XX. Obnubilados como nos hemos encontrado siempre por la avasalladora cercanía de Estados Unidos y por la atracción casi magnética que, aún hoy, en medio de la crisis económica, su sociedad ejerce sobre nuestras culturas, de manera casi permanente habíamos pensado en las naciones de la península escandinava como inmensamente lejanas, con formas de vida muy distintas a la nuestra y con una estructura tan sólida que parecía que ninguna nube podía opacar el cielo de su prosperidad. De acuerdo con la información que nos llegaba, estos eran países muy equilibrados, en los que se había logrado implantar un sistema socialista y democrático (a pesar de mantener la anacrónica figura de la monarquía), en los que el Estado se hallaba firmemente comprometido a velar por el bienestar de todos los ciudadanos y cuyos habitantes disfrutaban de enormes beneficios en materia de educación, salud y seguridad, habida cuenta de las fuertes contribuciones impositivas que nadie impugnaba, al verlas convertidas en prebendas que enaltecían su calidad de vida.

Por esta razón el bárbaro asesinato del Primer Ministro Palme en 1986 nos generó tanta preocupación, sobre todo al tener en cuenta que sus ni móviles ni sus autorías material e intelectual fueron jamás esclarecidas. Resultaba difícil dar crédito a un hecho que parecía sacado de la convulsa entraña de la sociedad norteamericana (cuatro de cuyos presidentes en ejercicio han caído bajo las balas de los asesinos), o del contexto de América Latina, en donde, desde Francisco Madero, pasando por Rafael Trujillo y llegando hasta Salvador Allende, un variopinto número de mandatarios ha sido removido de sus funciones mediante la violencia, dando lugar a un clima político enmarcado en una condición de interminable inestabilidad, con frecuencia auspiciada por intereses foráneos. Pero, ¿Suecia?

Se da entonces el fenómeno novelístico de Stieg Larsson. A través de una narrativa fresca y detallada, en la que se ponen de presente algunos de los más distintivos exponentes de su cultura y su forma de vida, la trilogía de Millenium nos sumerge en un ambiente poco familiar, estable en apariencia, pero que esconde un turbulento inframundo en el que se mueven sicópatas, racistas y funcionarios estatales inescrupulosos quienes, en el mejor estilo de la CIA o la antigua KGB, entretejen un proyecto ultra secreto, de ribetes criminales, en el que se ve inmersa la frágil pero resuelta figura de la protagonista. Así, de la mano de estos personajes que pueden llegar a ser hasta cierto punto de vista alucinantes, nos adentramos en un contexto oscuro en cuyo interior ya casi nada puede llegar a sorprendernos, pero en el cual no deja de asombrarnos que un grupo de ancianos caducos pueda llegar a ejercer un poder omnímodo como ese del que hacen gala, para encubrir sus actos criminales del pasado con otros no menos sangrientos del presente. Es, sin duda, un esquema nuevo de esa Suecia que habíamos aprendido a admirar, pero que se muestra más real y más aterrizada en el ambiente utilitarista y deshumanizado de este nuevo siglo.

Seguidores de ese esquema nos hemos encontrado a otros tantos escritores que se han propuesto descorrer el velo de misterio y el aura inmaculada con que se percibía su país, para mostrarnos el fondo de una realidad que conmueve y que no deja de señalarnos que no hay rincones angelicales en el planeta y que, como dirían sabiamente nuestras abuelas: “En todas partes se cuecen habas”.

De esa manera, Asa Larsson, Camilla Läckberg y la pareja que conforma a Lars Kepler nos van mostrando un mundo enmarañado en el que las pasiones humanas se manifiestan tan desbordadas e incontrolables como en cualquier otra latitud del globo. Y la culminación de este abanico de autores viene a estar constituida por la pluma de Henning Mankell con su extraordinario personaje de Kurt Wallander, que realiza un valioso aporte a la desmitificación plena de la realidad nórdica, sin poder él mismo, sustraerse a evidentes sentimientos de nostalgia y desasosiego ante el papel ingrato que le ha correspondido representar en este gran teatro del mundo.

De esta manera podría llegar a explicarse, hasta cierto punto, el auge que ha alcanzado este estilo narrativo. Y es que la violencia es un ingrediente que no deja de fascinarnos, a pesar de su cotidianidad. Aquí, en el marco latinoamericano, donde han ocurrido y todavía tienen lugar penalidades sin cuento para tantos y tantos seres,  el contenido tenebroso de una historia en la que, por ejemplo, un hombre y su hijo abusan sexualmente de la hija y hermana de ambos, mientras llevan a cabo un cúmulo aterrador de crímenes que se extiende a lo largo de años y años, no ha dejado de resultar atractivo. En este medio nuestro la violencia ha llegado a permearnos de tal forma que noticias espeluznantes sobre lo que alcanza a ocurrir en nuestro territorio nos dejan impávidos, pero nos sentimos estimulados y aún sobrecogidos a leer sobre sucesos no menos escalofriantes, ocurridos en tierras lejanas.

Sin entrar a elucubrar sobre el carácter violento de la especie humana, bien podemos plantearnos un interrogante respecto a las posibles causas de esta extraña fascinación por los novelistas mencionados. Varias posibles respuestas se nos proponen y cada una de ellas bien podría asumirse como la más viable o la más cercana a la realidad. Pero es probable que podamos aducir el feliz término que todas estas situaciones pueden llegar a tener. En otras palabras, puede ser que con abundante frecuencia busquemos en la ficción literaria esa culminación, ese cierre definitivo en el que, de una u otra forma se hace justicia, lo cual satisface nuestra expectativa y nuestro deseo de la existencia de un mundo un poco mejor que este en el que vivimos. Es decir: en la vida real muy pocas veces presenciamos el justo castigo y el merecido galardón. Con demasiada frecuencia somos testigos, cuando no partícipes, de la frustración ante la rendición de la verdad, el honor, la equidad y la justicia frente a mezquinos y malévolos intereses de carácter social, político y/o económico. Ello nos deja un inmenso vacío en lo más profundo de nuestras mentes y nuestros corazones y acaso por esa razón buscamos en el mundo literario ese complemento, esa conclusión que parece venir a respaldar la convicción de que el crimen no paga y que la honestidad es la mejor política de conducta.

La anterior es tan solo una manera de mirar hacia el sorprendente auge de la novela negra. Pero, independientemente de cualesquiera otros argumentos que pudieran esgrimirse, la incontestable realidad es que los autores mencionados han sido traducidos a un incontable número de idiomas y que sus obras, en muchos casos, han roto todas las expectativas de venta. Y si hemos de creerle a Castagnino cuando afirmó que la literatura “podía ser evasión del espíritu”, los argumentos aquí presentados bien podrían constituir un elemento de soporte para tal aseveración. Así las cosas, seguiremos sumergiéndonos en los mundos oscuros que tales obras nos proponen, en la esperanza de que quizás algún día las cosas puedan llegar a ser como en esos contextos. No digamos generar la falsa ilusión de erradicar la violencia que, hasta la fecha, parece ser inherente a la naturaleza humana, pero por lo menos suponer que el bien y el mal ocupan la posición que les corresponde y que la decisión que cada uno tome para acogerse al uno o al otro habrá de tener, finalmente, la consecuencia que cabe esperar. Este sería, sin lugar a dudas, un mundo mucho mejor.